Desde muy joven, Rodrigo Murillo participó en la construcción de obras que nunca se habían realizado en México. Vivió una época en la que tuvo grandes oportunidades creativas porque no existían tantas restricciones; los jóvenes hacían sus propios piezómetros, implementaban pruebas en materiales en un pequeño laboratorio… Con el Proyecto Texcoco, muy temprano en su profesión enfrentó el reto del suelo del Valle de México, uno de los más complejos del mundo.
Rodrigo Murillo Fernández Profesor B, FES Aragón, UNAM, Subgerente de Seguridad de Presas, Conagua.
Consultado sobre sus más vívidos recuerdos de la infancia, Rodrigo Murillo nos cuenta: “Tengo muy presentes las escuelas; la primaria en la que estuve era gigantesca, había mucha gente, era una escuela pública del que en ese entonces era el pueblo de Iztacalco, ahora ya integrado a la Ciudad de México. Fue una época de buenos amigos compartiendo lo habitual entre niños y jóvenes de entonces. Recuerdo sobre todo a unos hermanos que frecuentábamos mi hermano mayor Alejandro y yo: eran Sergio y José Luis, así como Héctor; la pasábamos jugando en su casa, que tenía un amplio solar. Fue muy agradable”.

Después siguió una época de varios cambios de domicilio, y por ende cambios de escuelas en zonas que entonces eran provincia: “Tanto Iztacalco como Iztapalapa eran provincia –cuenta Rodrigo Murillo–; ambientes muy agradables en los que se conocía a mucha gente y, aunque lo supe años después, los adultos sabían quiénes eran los niños que andaban por la zona y nos cuidaban.
”En la infancia y la adolescencia convivíamos mucho con los primos de las dos ramas de la familia. Del lado paterno, los Murillo, dos de mis tíos eran charros y andaban en la industria del cine, así que íbamos a los sets de películas de vaqueros; teníamos primos de nuestra edad, y aunque eran pocos nos llevamos siempre bien. Yo soy el segundo en el orden de los hermanos; éramos mi hermano mayor, mi hermana Rosa María y el pequeño, Francisco Javier; con los Fernández pasábamos más tiempo y, aunque les llevamos 7 o más años a estos primos, siempre hemos estado en contacto y procuramos reunirnos todos de vez en cuando. Creo que nuestros abuelos y tíos influyeron mucho en nuestra vida, así como mis padres, siempre trabajando y luchando por mejorar”.
La primaria y la secundaria las cursó Rodrigo Murillo en escuelas públicas. Cuando comenzó a imaginar a qué profesión se dedicaría como adulto, quería ser violinista, luego tuvo deseo de ser químico. “Mi primera opción fue el Instituto Politécnico Nacional (IPN), pero platicando con mis mayores, un tío en particular al que le tenía mucho afecto, me comentó: ‘¡Está mejor en la UNAM la carrera de químico!, tienen laboratorios nuevos muy bien equipados y un plantel docente de primer nivel’. Hice los exámenes para entrar a la Vocacional 2 del Politécnico, y obtuve el lugar 98, pero como en esos años nos ofrecían fichas para examen de ingreso a la UNAM en nuestra secundaria, porque no había mucha demanda y había nuevas preparatorias, hice el examen y finalmente me inscribí en la Preparatoria 7 de la UNAM, pero por haber esperado los resultados del Politécnico me atrasé en la inscripción y el primer año me tocó en el horario nocturno. Allí adquirí nuevas experiencias, porque había jóvenes más grandes que nosotros; éramos tres jovencitos de unos 16 años y todos los demás ya pasaban de los 20 años. Nos cuidaban, pero también nos enseñaron algunas cosas que no debían, como ir a divertirse a ciertos lugares… en fin, algunos bebían en el salón con unos popotes. El grupo tenía un equipo de futbol; yo sólo apoyaba, pero recuerdo que para ir a un partido nos subimos como nueve a un pequeño auto de aquella época, un Lloyd Alexander de tres cilindros”.
En los últimos años de la preparatoria le tocó el turno matutino; allí hizo amigos, algunos de los cuales aún conserva. Comenzó a empaparse de las implicaciones de las diversas ingenierías, a conocer un poco más de qué se trataban, y fue cuando se decidió por la carrera de ingeniero civil. ¿Qué influyó para que Rodrigo Murillo se decidiera por esa rama, cuando venía decidido por la química?
Él nos relata: “Tenía un tío político –esposo de una tía– que era ingeniero civil. Le tocó a él, afortunadamente, la experiencia de participar en la construcción de la Ciudad Universitaria, particularmente de la Facultad de Medicina. Entonces tenía en su casa un collage de fotografías de cómo habían realizado la Ciudad Universitaria: eso me animó a la ingeniería civil”.
Rodrigo Murillo pertenece a la generación 1968, año histórico para la vida universitaria en México.
“Nos tocó vivir aquel movimiento estudiantil. Algunos de mis amigos de la prepa andaban pensando en irse a las armas… nos tocó una época muy intensa, aprendimos a distinguir muchas cosas, como las tácticas de supuestos líderes que no conocíamos y querían manipular las asambleas, así como discernir entre verdades y mentiras buscando diversas fuentes. Evidentemente, todos teníamos el deseo de mejorar las cosas en nuestro país; sin embargo, aunque la intención era muy valiosa, hubo muchas intromisiones de agentes externos. Todos los jóvenes de alguna manera somos de izquierda cuando estamos en esa edad –como en la frase atribuida a Winston Churchill ‘El que no es de izquierda de joven no tiene corazón, el que a los 40 sigue siéndolo no tiene cerebro’–. Tengo amigos de la época que sigo frecuentando todavía, los veo con cierta regularidad, algunos cada mes”.

Ya en la carrera universitaria, Rodrigo Murillo fue parte de una generación que vivió el cambio tecnológico, de las reglas de cálculo a las primeras calculadoras personales.
“Vivimos el inicio del cambio tecnológico: los cambios de las grandes computadoras, los programas en las supercomputadoras que teníamos en la universidad con tarjetas perforadas; no había computadoras personales, empezaban cuando prácticamente estábamos terminando la carrera. Pero nos tocó toda esa influencia de la computación, de las nuevas tecnologías”.
Le pedimos a Rodrigo una reflexión sobre su parecer respecto a la relación alumno-maestro en la época en que fue estudiante y ahora, en la que es profesor.

“Creo que los profesores ahora somos más abiertos con los alumnos. Existían antes muchos profesores totalmente secos, incluso dictatoriales; no por eso eran buenos o malos, era cuestión de estilo. Con algunos de ellos aprendimos mucho. Otros eran más amables, incluso yo conservo amistad con algunos de quienes fueron mis profesores –con pocos, porque muchos ya no están”.
De la época del movimiento de 1968 recuerda una anécdota. “Estuvimos en la explanada cuando habló Barros Sierra. Recuerdo que la mamá de un amigo se enteró de que había soldados y tanques en Insurgentes, los cuales vimos desde el balcón, y nos encerró en el departamento, preocupada, para no dejarnos salir; no nos dejó ir a la marcha del silencio”.
Recuerda Rodrigo Murillo también los momentos de fiesta entre estudiantes. “Yo andaba en un grupo de rock. Los fines de semana me dedicaba a las fiestas donde tocábamos: yo la primera guitarra, el requinto; esta actividad me ayudó a sacar adelante la carrera, era un ingreso adecuado porque en esas épocas no había mucho dinero en casa”.
Lo de las fiestas –que obviamente disfrutaba– era fundamentalmente una fuente de ingresos, como explicó Rodrigo. “Yo era un joven formal, los sábados tocábamos en fiestas y los domingos hacíamos tardeadas donde cobrábamos la entrada”.

Al culminar la carrera, estaba Murillo enfocado en especializarse en Estructuras. “Tuve los mejores maestros en estructuras que había en la facultad en esos años, como el doctor Juan Casillas García de León, los ingenieros Claudio Merrefield, Félix Colinas, Enrique del Valle Calderón (que fue mi director de tesis), Julio Dammy Ríos”.
Buscaba trabajo en varias instituciones y empresas, pero la oportunidad llegó por otro lado: “Me ofrecieron una oportunidad en la Secretaría de Recursos Hidráulicos, con el ingeniero Juan José Hanell Campbell, a quien ya conocía porque había sido ayudante de mecánica de suelos con los ingenieros Guillermo y José Springall. Me presenté y me dijo: ‘¡Qué bueno que viniste!’ Y ¡pum!, entré como procesador de datos de comportamiento de presas, primero en el Departamento de Ingeniería Experimental (Tecamachalco) y luego en el Proyecto Texcoco, y de ahí no me han soltado, aunque pasé al Instituto Mexicano de Tecnología del Agua de 1987 a 1995 y nos regresaron a la Conagua en ese último año.
”Algunas veces he tratado de irme, y cuando ya me iba al Plan Nacional Hidráulico me duplicaron el sueldo, así que no me dejaron ir”.
Antes de retomar el tema del Lago de Texcoco, le pido que narre sus experiencias con maestros destacados en los estudios de posgrado, con compañeros en geotecnia.
“Inicialmente, decía, quería ser estructurista, pero entré al Lago de Texcoco, donde era geotecnia lo que había que hacer. Entonces dije: no estoy preparado para esto, y con el ingeniero Raúl Carranza Eslava, un gran compañero y amigo, vimos que lo que conocíamos de estructuras, hidráulica, construcción, no era suficiente, por lo cual decidimos realizar la maestría en Mecánica de Suelos, donde conocimos excelentes maestros, que no mencionaré por no olvidar alguno; fui el último alumno de la clase de Presas del profesor Marsal…
”En el Lago de Texcoco, había que hacer obras como nunca se habían realizado: lagos artificiales mediante dragado de las arcillas o –aun más desconocido– mediante la consolidación de las arcillas del subsuelo; construir el sistema de conducciones a cielo abierto que comunicaran los vasos artificiales, rectificar los cauces y mejorar las condiciones hidráulicas de los 11 ríos que fluyen desde el oriente para captar esos escurrimientos; construir la primera planta de tratamiento de aguas residuales del país, explorar el tratamiento de agua a nivel terciario, así como la recarga de los acuíferos, por mencionar algunas de las acciones que se habían programado y otras que se quería explorar”.

Comenzó a trabajar en este proyecto poco antes de recibirse. Compartió la experiencia con ingenieros y profesionales de diversas disciplinas, la enorme mayoría muy jóvenes como él.
“Entre ellos estaban –nos cuenta Murillo– Enrique Lozano Graef, que había participado en la presa La Amistad y en otras presas como proyectista; Adolfo Castañón Ortiz, que era el vocal ejecutivo y fundamentalmente constructor de obras hidráulicas; Roberto Graue de Haro como consultor, quien trabajó con Nabor Carrillo en los estudios del Lago de Texcoco, y algunos otros, pero casi todos éramos jóvenes, no pasábamos de los 25 años la mayoría de los que fuimos contratados, un grupo muy diverso, multidisciplinario. Era la primera vez que se formaba un grupo de ese tipo, porque aparte de ingenieros civiles, mecánicos, electricistas, geólogos, topógrafos, había biólogos, agrónomos, químicos, psicólogos y licenciados en ciencias sociales, en fin, un conjunto de profesiones que normalmente no se reunían a trabajar en equipo. Esto se dio en el Proyecto Texcoco con un buen ambiente; todo mundo trataba de sacar adelante lo que estaba planteado en el proyecto. El planteamiento de lo que se podía hacer está plasmado en el libro de Nabor Carrillo El hundimiento de la Ciudad de México, Proyecto Texcoco; fue una época muy interesante porque teníamos oportunidad de hacer muchas cosas, había presupuesto y la facilidad de hacerlas, no teníamos tantas restricciones como tiempo después comenzó a suceder para cualquier contratación. Incluso nos pusimos a hacer nuestros propios piezómetros, a implementar pruebas en materiales en nuestro pequeño laboratorio. Recuerdo que empezaban los geotextiles y realizamos pruebas de durabilidad y cosas de ese tipo. Muy interesante, la época”.
El suelo del Valle de México, uno de los más complejos del mundo, presentaba enormes retos para los mayores expertos del mundo, y ello refleja la magnitud del desafío que asumieron los jóvenes en Texcoco.
Relata Rodrigo Murillo que “el objetivo era comprender qué estaba pasando con ese suelo que se deformaba tanto, que se rompía tan fácilmente; además, teníamos que hacer lagos por consolidación extrayendo el agua con bombas profundas. Aunque conoce uno las teorías, al momento de aplicarlas en la realidad no es nada más ‘haz esto’ y ya: hay que estar vigilando, midiendo, evaluando. Teníamos un grupo de asesores del Instituto de Ingeniería de la UNAM que nos ayudaban, y aunque yo nunca vi al profesor Raúl Marsal, sí convivíamos mucho con Jesús Alberro, que después fue mi maestro; con Gabriel Auvinet y Enrique Santoyo, que también fue mi maestro… ellos iban con alguna frecuencia a Texcoco a ver lo que estábamos haciendo, que no era nada más construir lagos: era construir caminos, era cómo sostener los equipos, que pesaban mucho y se hundían; cómo impermeabilizar partes para que no se filtrara el agua o, mejor aún, que no se mezclaran las aguas de mejor calidad con las aguas salobres del suelo, en fin, un montón de asuntos que se estaban probando en México en ese momento.
”Una de las locuras que hicimos fue hacer una construcción con adobes de las arcillas del lugar; evidentemente, sabíamos que no iba a funcionar, porque antes probamos mejorar las arcillas con cal hidratada, con arenas, con paja, con majada, etc., pero la hicimos de todos modos para revisar los resultados.

”Otro problema que debíamos resolver era la inestabilidad de los canales. Por la baja resistencia al corte, los taludes a profundidades mayores que unos 3 m son inestables, a menos que se tenga un nivel de agua dentro de la excavación. Si se bajaba el nivel del agua dentro de ellos, se deslizaban los taludes; eso ha seguido ocurriendo incluso en los rellenos sanitarios actuales: les colocan alguna carga en la parte de arriba y fallan. Por ello, fue necesario determinar experimentalmente, en pruebas a escala natural, con que velocidad era posible abatir los niveles de agua sin que se deslizaran los taludes. Fue una experiencia muy bonita, esa parte me permitió conocer a otras personas que me impulsaron a cambiarme dentro de la misma secretaría a donde he estado los últimos años, fundamentalmente en la labor de consultoría, en diseño, construcción y operación de presas”.
Respecto a las conclusiones o detalles técnicos más relevantes de los trabajos en Texcoco, Rodrigo Murillo nos revela: “Probamos que las arcillas del Valle de México se podían manejar de alguna manera, sobre todo las que son tan poco resistentes y tan deformables, porque se pensaba que no se podría hacer nada con el Lago de Texcoco, más que mantenerlo con cierto nivel de agua. Esa fue la gran ventaja: siempre nos tocaron retos en los que no había experiencia previa, y afortunadamente salieron bien. Aunque algunas cosas pudimos hacerlas mejor, eso ya lo vemos en retrospectiva, pues en el momento estamos tratando de sacar adelante la obra o el proyecto, y después vemos que quizá habríamos mejorado si hubiéramos hecho otra cosa.
”Cuando había algo raro, que no se había hecho –relata Rodrigo–, me tocaba a mí: estaciones climatológicas, construcción, proyectos, agronomía, impermeabilizaciones, refuerzo o mejoramiento de suelos y concretos… me enviaron a las oficinas centrales a colaborar con los responsables directos de los más diversos temas”.
No pasó mucho tiempo para que Rodrigo Murillo fuese requerido para trabajar en otro frente, el de las presas.
“Me invitó el ingeniero Alfredo Marrón a participar con él en el Consultivo Técnico, y se enojó mucho el entonces vocal ejecutivo, el ingeniero Gerardo Cruickshank, pero me dejó ir de Texcoco finalmente. Después, de ahí me tocó convivir con ingenieros que tenían mucha experiencia en presas, los que construyeron las primeras en México; estaban todavía por ahí trabajando en la antigua Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos”.
Rodrigo Murillo habla de ingenieros de amplia trayectoria, conocimientos y experiencia, como Carlos Oliva Anaya, Antonio Mosqueda Tinoco, Alfredo Marrón Vimbert, Manuel Anaya y Sorribas, Francisco Torres Herrera… “Me tocó entrar precisamente cuando Mosqueda era el jefe de Ingeniería Experimental, que fue la cuna de muchos ingenieros especialistas en hidráulica, en mecánica de suelos, en mecánica de rocas durante los años cincuenta y sesenta. Conocí a muchos de esos grandes ingenieros que habían sido responsables de la construcción de las primeras presas en México después de que la empresa G. J. White Engineering Company se fuera de México en 1932; algunos trabajaban en esa empresa, que hizo las primeras presas con técnicas modernas en compactación de materiales y el uso de concretos en México, como las presas Requena, Hidalgo, Plutarco Elías Calles, Aguascalientes, la sobreelevación de Taxhimay, Hidalgo, donde estuvieron los ingenieros Fernando Hiriart y Alfredo Marrón, y la presa Don Martín (Venustiano Carranza), en Tamaulipas”.
Esta etapa de la carrera profesional de Rodrigo Murillo fue, sin duda, de gran importancia. Y refiere: “En provincia había ingenieros que desarrollaron la infraestructura hidráulica de México, como Guillermo Moad, ingeniero agrónomo en Querétaro, Jesús Pliego en Jalisco, Adolfo Castañón en Tampico; todos ellos habían hecho prácticamente la infraestructura de muchas regiones del país, tenían una amplia experiencia.
”Yo era aún joven, conviví con ellos y me tomaron algún afecto; era cosa de ir a las obras desde temprano, estar todo el día en el sitio revisando cómo iba el procedimiento de construcción o el funcionamiento hidráulico, estructural, ver si no existía alguna inestabilidad o filtraciones, hacer un corte para comer… y era cuando se sacaban las anforitas de coñac, de tequila y de wiski.
”Ellos habían realizado muchas de las obras que se revisaban, comentaban cómo se habían hecho, los problemas que habían tenido. En esa época, a principios de los ochenta, comenzó a multiplicarse el cultivo de mariguana y amapola en muchas partes, y en ocasiones los responsables de dichos cultivos ilegales, obviamente, no nos dejaban entrar a la zona, o lo hacían con ciertas restricciones, pero prácticamente solo en dos lugares no nos dejaron entrar: uno en Jalisco y otro en Sinaloa. Nunca nos detuvieron ni nos molestaron. Desde hace unos años la situación ha cambiado, y es bastante peligroso acceder a esas zonas”.
Participó en la presa Huites, en Sinaloa, “una obra muy relevante”, opina Murillo. “Nos tocaron las dos primeras presas con concreto compactado con rodillo (CCR): en realidad se trata de utilizar el concreto como si fuera un suelo compactable, y como tenía yo la experiencia de concretos y de suelos en Texcoco, fue fácil adaptarse a eso”.
También estuvo en La Manzanilla, en Guanajuato, y después en Trigomil, Jalisco. “Tuvimos algunos problemas ahí, primero se segregaba el CCR, por la alta caída desde grandes camiones, lo cual se resolvió parcialmente con bandas transportadoras, y al final de la construcción, en 1992, vinieron las lluvias de principio de año –las que llaman las cabañuelas– , y la presa que dijeron que no se iba a llenar nunca se llenó en tres días. Fue cuando la CFE tuvo problemas en Aguamilpa, y por poco se les daña la presa; en esa zona llovió, durante tres o cuatro días, lo que llueve en medio año. Trigomil no estuvo en riesgo, pero se llenó en tres días. Había un camión de esos gigantes, de 20 metros cúbicos en la parte alta, y se lo llevó la corriente; lo fueron a encontrar 5 kilómetros abajo; además, se dañó la obra de toma…
”Otra experiencia crítica la vivimos cuando se estaba construyendo la presa Canoas (hoy llamada Caborca) en Durango. Cayeron fuertes nevadas, de repente vino el deshielo y provocó avenidas que no se esperaban; casi se va la presa en construcción, se llevó media cortina, pero no es que haya cortado la parte izquierda o la derecha, no: se llevó la mitad de la presa a lo largo ¡hacia abajo!, pero afortunadamente no se rompió”.
De este periodo de 35 años trabajando en presas, Rodrigo Murillo tiene buenos recuerdos.
“Siempre hubo un trato amable; alguna vez quizá un problema con responsables de las constructoras, porque ellos siempre quieren cobrar más o evitar hacer alguna actividad para ahorrarse algún dinero, pero eso les tocaba fundamentalmente a los residentes, no a nosotros. Uno de los últimos casos que viví fue en la presa Zapotillo –tan discutida– de Jalisco. Contrataron a unos expertos extranjeros –alemanes– y la contratista era una empresa española en conjunto con una mexicana; entonces, los consultores extranjeros recomendaron que se colocaran anclas, pero unas anclas especiales que traían de Alemania, carísimas. El ingeniero Carlos García Herrera, que fue destacado geólogo, trabajó en la CFE y también en la Conagua con nosotros; hizo el análisis de la estabilidad de los cortes y resultó que no hacían falta, así que surgió el problema, porque los consultores alemanes que recomendaron un procedimiento carísimo querían cobrarlo, y nosotros dijimos que no hacía falta; hasta ahora el tiempo nos da la razón.
”Los protocolos en presas han cambiado –afirma Rodrigo Murillo–. Ahora, cada vez que ocurre una gran avenida o sismo de magnitud mayor que 5, es prioritario revisar el estado físico, el comportamiento de la infraestructura, y tal es el caso de las presas.
”Con los sismos de 2017 se presentaron agrietamientos en varias de las cortinas en la zona de Guerrero, Morelos y Puebla, pero es un fenómeno que ya se había visto, aun sin sismos, en presas del noroeste del país, debido a que los enrocamientos de dichas presas no fueron compactados, como ahora se estila; ahora se compacta todo el corazón, los filtros y el enrocamiento, que son las partes principales de las cortinas. Entonces se colocaban las rocas sólo a volteo, y con el paso del tiempo estos materiales se acomodan y pueden producir un agrietamiento a lo largo de las cortinas, cerca de los hombros, en las orillas superiores de la corona. Ese fenómeno, en forma estática, ya se había observado, pero los sismos de 2017, e incluso el de 2022, favorecen ese tipo de agrietamiento, aunque no las pone en peligro inminente. Hemos revisado la estabilidad y no están en peligro de falla, no hay posibilidad, no se forman grietas transversales en la cortina; eso provocaría una fuga de agua, erosión y ruptura. Son longitudinales, así que de alguna manera se pueden controlar, da tiempo de tomar previsiones, de bajar el nivel de agua en el vaso, de avisar, sobre todo.
”Hay una detalle muy significativo –continúa relatando Rodrigo Murillo–: no ha fallado una presa grande en México en los últimos 70 años, al menos; entonces, creo que los que diseñaron esas presas hace tantos años lo hicieron bastante bien. Se podría discutir que quizá las sobredimensionaron, que tienen taludes más tendidos de lo que deberían, pero la ventaja es que ahí están operando, sin fallar”.
Rodrigo Murillo ha incursionado en los sectores académico, público y empresarial, siendo en los dos primeros donde ha estado el mayor tiempo, hasta la fecha.
“En la academia me han tratado bien –nos cuenta–, por eso sigo dando clases desde que estaba en el posgrado, tanto en la Facultad de Ingeniería en las divisiones Profesional, Posgrado y Educación Continua, como en la Facultad de Estudios Superiores Aragón de la UNAM. He estado fundamentalmente en el sector público e incursioné en el sector privado como consultor, pero no me ha ido muy bien ahí: a veces se trabaja mucho y no le quieren a uno pagar lo justo o ni siquiera pagar”.
Le pedimos una referencia sobre su participación gremial y una definición de sí mismo, sobre sus pasiones y gustos.
“En la antes Sociedad Mexicana de Mecánica de Suelos, hoy Sociedad Mexicana de Ingeniería Geotécnica, fui tesorero cuando fue presidente Luis Aguirre Menchaca (1989-1990), organizador de la Reunión Nacional de Mecánica de Suelos en Monterrey en 1988 y apoyo desde hace varios años al Comité Editorial responsable de la revista Geotecnia.
Mis pasiones y aficiones –termina diciendo– han sido mi familia, la buena música –desde la indígena hasta la sinfónica, con preferencia por el rock y el blues–, la fotografía, probar platillos y las buenas conversaciones”.
Lleva más de cien trabajos publicados, sin duda motivados por otra de sus pasiones: “me gusta escribir y transmitir a otros lo que conozco”.
Cerramos el diálogo con una reflexión final de Rodrigo Murillo: “Un consejo para los que inician o están a mitad de la carrera: siempre traten de hacer las cosas bien y con dedicación, para que sigan por ese camino. Sigan su vocación, es fundamental. Uno de los privilegios de los ingenieros civiles es que hacemos cosas que son útiles para toda la sociedad”
Entrevista de Daniel N. Moser