Luis Francisco Robledo Cabello. Coordinador del Comité de Peritos en Ingeniería Hidráulica del CICM.
Si los ingresos del país se reducen de manera sustancial –lo cual a mi juicio no era difícil de prever–, los presupuestos federales se tienen que ajustar. Simplemente ya es cuestión de dónde se aprieta más, y casi siempre se hace donde la sociedad menos lo siente, por lo menos en el corto plazo, que es en la infraestructura, aunque el precio de esa política lo paga la sociedad en los siguientes años al ser menos competitivo el país por falta de una infraestructura suficiente y eficiente, lo cual genera desempleo y pobreza.
Háganos un resumen muy ejecutivo de su trayectoria: desde el momento en que tomó la decisión de estudiar ingeniería civil hasta el día de hoy, los hechos que considera que lo definen profesional y personalmente.
A los 12 años de edad vivía con mi familia en Saltillo, Coahuila; no teníamos recursos para pagarme una carrera larga, entonces opté por una carrera corta, de contador privado; trabajé varios años como tal y pensé hacer la carrera de contador público, pero el oficio de contador privado no me gustaba; por ello decidí estudiar ingeniería civil. Desde la secundaria, siempre trabajé y estudié.
¿Trabajaba como contador?
Como auxiliar de contador, porque no era yo contador público. Cuando estaba terminando el primer año de la carrera, el ingeniero Javier Barros Sierra, entonces director de la Facultad de Ingeniería, era mi maestro de Álgebra, y yo tenía 10 de promedio con él. Su clase era la última del día y salía yo siempre corriendo para ir a trabajar; ya casi a final del año, un día me dijo: “Robledo, no se vaya, ¿qué, no le gusta mi clase?, siempre sale corriendo.” Le contesté que me gustaba mucho el álgebra, las matemáticas y la ingeniería, pero tenía necesidad de trabajar para pagarme la carrera. “¿Dónde trabaja?”, me preguntó. Le dije que como auxiliar de contabilidad, y me respondió: “Si usted quiere ser un buen ingeniero, tiene que trabajar desde ahora en cuestiones de ingeniería”, y me mandó a platicar con el ingeniero Fernando Hiriart, entonces director del Instituto de Ingeniería de la UNAM (II UNAM), quien me contrató como ayudante de investigador; allí estuve casi 15 años. Terminé la carrera, me recibí e ingresé a trabajar a la Secretaría de Obras Públicas (SOP), porque tuve la oportunidad de conocer en el II UNAM al ingeniero Rodolfo Félix Valdés, quien era director general de Planeación y Programas en la SOP y me invitó a hacer planeación trabajando con él. Después de tres años de trabajar con él, me dijo: “Hay una maestría de Planeación en la División de Posgrado de Ingeniería de la UNAM. ¿Quiere hacerla?, yo lo apoyo”, y me fui a hacer la maestría durante un año.
¿Qué año?
Fue en 1967. Cuando regresé, Félix Valdés había ascendido a subsecretario; su lugar en la Dirección de Planeación lo ocupaba otro ingeniero, quien me dijo: “Siéntese frente a ese restirador, luego vemos qué hace.” No me pasaban trabajo; yo lo veía dos o tres veces a la semana y le decía: “Ingeniero, me gustaría que me asignara algún trabajo, tengo tales y cuales conocimientos de la maestría y me gustaría aplicarlos en la planeación de la red de carreteras.” Finalmente, un día me dijo de manera muy cortés, pero también fríamente: “Robledo, ¿por qué quiere trabajar aquí en Planeación?” Le dije que primero porque me gustaba, y segundo porque tenía un compromiso de trabajar dos años en la SOP por haber recibido apoyo para hacer la maestría. Él me dijo: “Ese compromiso lo puede cumplir en cualquier lugar del sector público.” Prácticamente me estaba diciendo que me fuera. Fui a ver a Salomón Camhaji, un amigo, a Recursos Hidráulicos, y entrando al edificio me encontré a otro compañero de la maestría, que me preguntó qué hacía yo por allí. “Vengo a hablar con el ingeniero Óscar Benassini a ver si me da trabajo en estudios y proyectos.” “¿Pero por qué no estás en Obras Públicas?”, me cuestionó. Le conté y en menos de 10 minutos estaba yo sentado frente al ingeniero Manuel Anaya y Sorribas, que era su jefe y director general de Planeación. Luego de una breve conversación sobre planeación se dirigió a otra oficina, y al regresar me dijo: “Pase, va usted a platicar con el ingeniero.” Ingresé a una oficina donde estaba un ingeniero muy serio, relativamente joven, y me dijo: “Siéntese, Robledo.” Yo no sabía quién era ese señor, pero en los siguientes 10 minutos me enteré de que era el secretario de Recursos Hidráulicos… así eran las cosas en aquel entonces, mucho más sencillas. Charlé con el ingeniero José Hernández Terán durante 30 minutos…
Le dedicó mucho tiempo, para ser él un secretario de Estado y usted un joven recién egresado.
Sí. Le expliqué que me interesaba la planeación y sobre los conocimientos que había adquirido en la maestría. Estaba recién creada la Dirección General de Planeación en Recursos Hidráulicos. Vieron lo que había hecho exitosamente Félix Valdés en Obras Públicas y copiaron la experiencia; Hernández Terán y Félix Valdés eran buenos amigos. Salí de la plática con Hernández Terán, regresé con Anaya y Sorribas, que fue quien primero
me recibió.
Estaba yo recién casado; ganaba –me acuerdo muy bien– en Obras Públicas 2,800 pesos al mes. Me dije: con que me paguen lo mismo, me doy por bien servido. Me ofrecieron –aclarando que no era mucho– 8,000 pesos, casi me triplicaron el sueldo. Mi primer trabajo ahí fue en el Plan Hidráulico del Noroeste, que consistía en planear un gran sistema de presas y distritos de riego interconectándolos para transvasar agua de sur a norte, en las costas de Nayarit, Sinaloa, Sonora, para desarrollar la producción agropecuaria y controlar los ríos.
Después de unos seis meses me habló Hernández Terán enojado: “¡Oiga, Robledo!, ¿por qué no cumplió su compromiso en Obras Públicas?, me ha dicho Rodolfo Félix Valdés que usted estaba obligado a trabajar dos años ahí, así que váyase a verlo, está muy molesto con usted.” Fui a ver a Rodolfo Félix, le expliqué lo que había pasado y me dijo: “Tiene usted que regresar.” Fui a Recursos Hidráulicos a renunciar; le expliqué la situación a Hernández Terán y él habló de inmediato por la red con Rodolfo Félix para pedirme prestado por un año; varios años fui a ver a Rodolfo Félix para reintegrarme y cumplir mi compromiso, y se repetía la historia. Después cambió el sexenio y Hernández Terán le entregó el cargo a Leandro Rovirosa, quien me pasó de Planeación a otras áreas de la secretaría relacionadas con estudios de ingeniería, proyectos ejecutivos y construcción.
Así pasaron 15 años en la Secretaría de Recursos Hidráulicos hasta que llegué a ser subsecretario de Infraestructura por dedicación y esfuerzo. Durante esos 15 años ocupé diversos puestos en agua potable y en irrigación, y me tocó planear, diseñar y construir varias obras importantes, como los acueductos Cutzamala, Río Colorado-Tijuana y Linares-Monterrey, entre otros, y participar en varias presas y distritos de riego como Bacurato y Comedero en Sinaloa. Fue una trayectoria profesional de la que verdaderamente me siento muy contento, tuve mucha suerte y las cosas me salieron bien.
¿Y después de ser subsecretario ingresó a la iniciativa privada?
Después de ser subsecretario me fui a mi casa a tomarme un mes de descanso, porque andaba yo realmente muy traqueteado con tanto trabajo que había tenido en esos últimos años. Pero no pude descansar mucho porque en esos días asistí en el Colegio de Ingenieros Civiles de México a una conferencia que ofrecía Rodolfo Félix, quien se desempeñaba como secretario de Comunicaciones y Transportes. Sobre el final se me acercó alguien –luego supe que era el secretario particular de Rodolfo Félix– a decirme que su jefe quería hablar conmigo.
Al día siguiente fui a su despacho y me dijo: “Robledo, usted está en deuda, nos debe dos años de trabajo en la Secretaría de Obras Públicas –entonces ya se llamaba de Comunicaciones y Transportes (SCT)–, pero tengo vacante la Dirección General de Obras Marítimas, que va a tener obras muy importantes; usted ya es un ingeniero que sabe estudiar, proyectar, planear, construir, y yo quiero que las nuevas obras marítimas se hagan muy bien: están el puerto de Manzanillo, Lázaro Cárdenas, Altamira, Progreso, Topolobampo, todos los nuevos grandes puertos de México, la ampliación de Veracruz, etcétera.” Le dije: “Pero yo no tengo experiencia en puertos.” “Aquí aprende”, me interrumpió, y acepté. Afortunadamente todos los proyectos fueron exitosos. Estuve seis años. Cuando cambió el sexenio, el siguiente secretario, el licenciado Andrés Caso, me invitó a quedarme como director general de Planeación.
Comenzó la época de los licenciados en espacios antes ocupados por ingenieros.
Así es. Acepté y me quedé como director general de Planeación por tres años hasta que decidí retirarme del sector público en 1991; en ese año me incorporé a mi empresa de consultoría, que había constituido en 1990.
Me interesa una reflexión suya sobre la evolución de la participación de la ingeniería civil en la toma de decisiones, sobre todo en espacios del sector público, y también la formación de nuevos ingenieros civiles en ese ámbito.
Creo que los ingenieros civiles, y en general todos los ingenieros –mecánicos, electricistas, industriales– son fundamentales para el desarrollo de cualquier país. En este momento China, si no tuviera ingenieros de todas las disciplinas en posiciones fundamentales de su gobierno, no tendría el nivel de desarrollo y crecimiento actual.
No quiero decir que los políticos, sociólogos, economistas, médicos no sean importantes para el desarrollo; todos cumplen una función importante, pero hay ciertas posiciones en las que los ingenieros, a mi juicio, son indispensables. El fenómeno que usted menciona lo considero un error; esto ocurrió con el inicio del sexenio de Miguel de la Madrid.
Creo que los ingenieros son fundamentales para el desarrollo de cualquier país. En este momento China, si no tuviera ingenieros de todas las disciplinas en posiciones fundamentales de su gobierno, no tendría el nivel de desarrollo y crecimiento actual.
La ingeniería se hacía en un porcentaje importante –probablemente más del 50%– dentro del gobierno; no es que no hubiera empresas de consultoría mexicanas, existían y eran de ingenieros, incluso ICA tenía varias empresas de ingeniería muy importantes que finalmente dieron lugar al metro, el drenaje profundo y muchas obras en la Ciudad de México.
Miguel de la Madrid decidió reducir el tamaño del sector público, e inexplicablemente también las áreas de ingeniería en todas las dependencias y entidades. La justificación era: “No se preocupen, los ingenieros que salgan del sector público van a desarrollar importantes actividades en el sector privado, en la consultoría y en la construcción, porque todo el dinero que se va a ahorrar el sector público al ya no hacer internamente los estudios y proyectos ejecutivos se va a dedicar a hacer estudios y proyectos a través de empresas de consultoría mexicanas.”
No era en realidad un ahorro. La inversión pasaba de las secretarías de Estado a la iniciativa privada, del sector público al sector privado.
Efectivamente, pero en teoría iba a seguir habiendo ingeniería mexicana suficiente, de buena calidad y oportuna. Eso no sucedió, nunca se destinaron presupuestos suficientes a la realización de estudios y proyectos ejecutivos.
Ya casi no hay ingeniería dentro del gobierno federal, y la razón es la que dije hace rato: se afirmó que la ingeniería se haría por empresas mexicanas fuera del gobierno, y eso no ocurrió. Ahora ni el gobierno hace la ingeniería, ni hay bastante presupuesto ni tiempo para que se hagan estudios suficientes y proyectos ejecutivos por contrato.
¿Esa promesa sigue sin cumplirse?
Así es. Ha habido iniciativas del gobierno federal para que cada vez se hagan más obras a precio alzado, no a precios unitarios y obras llave en mano, es decir, con base en estudios básicos y proyectos ejecutivos desarrollados por las constructoras, y como consecuencia las obras se encarecieron, no se terminaron a tiempo y en ocasiones se hicieron con mala calidad…
¿Por qué sucede eso, desde su punto de vista?
Porque ya casi no hay ingeniería dentro del gobierno federal, y la razón es la que dije hace rato: se afirmó que la ingeniería se haría por empresas mexicanas fuera del gobierno, y eso no ocurrió. Ahora ni el gobierno hace la ingeniería, ni hay bastante presupuesto ni tiempo para que se hagan estudios suficientes y proyectos ejecutivos por contrato.
Actualmente los estudios de ingeniería básica son por lo general insuficientes, y si los estudios de ingeniería básica son insuficientes, se tienen malos proyectos ejecutivos y lógicamente no es predecible ni controlable el tiempo, el costo y la calidad de las obras.
¿Debe sumarse a este fenómeno el hecho de la competencia –inequitativa por los privilegios que reciben de sus gobiernos– de las empresas extranjeras en México?
Sí. Sucede que en general los tratados de libre comercio no incluyen los servicios; son tratados de compras, no tienen un capítulo de servicios. Es prerrogativa del gobierno mexicano darle entrada o no a los servicios de las empresas extranjeras. El gobierno no hace uso de dicha facultad y esto va en perjuicio de la ingeniería mexicana, y un país sin ingeniería propia se vuelve muy vulnerable y va perdiendo competitividad aceleradamente.
¿Cuál es el grado o el tipo de responsabilidad que tienen los ingenieros de que esto esté pasando, a ellos y al país?
Hay dos tipos de ingenieros: los que hacen ingeniería, que son fundamentalmente los de las empresas de planeación, estudios, proyectos, etc., y los que se dedican a la construcción, pero en la construcción son pocos los ingenieros dueños de empresas; cada vez más las empresas constructoras están en manos de grupos financieros, de gente con gran capacidad financiera. No quiere decir que no haya ingenieros mexicanos en las constructoras, pero los puestos clave los ocupan especialistas en finanzas. La Cámara Nacional de Empresas de Consultoría, la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción, el Colegio de Ingenieros Civiles de México han manifestado en repetidas ocasiones al gobierno esta preocupación del adelgazamiento de la ingeniería mexicana dentro y fuera del sector público, especialmente en posiciones que deberían ser ocupadas por ingenieros y que ahora las tienen licenciados; también se han hecho ver las ventajas que tienen las empresas consultoras extranjeras por los apoyos de sus gobiernos, y simplemente el gobierno federal no nos ha hecho caso. Pero no cejaremos en nuestras opiniones y recomendaciones.
Un tema de gran actualidad es el ajuste presupuestal, especialmente en el sector agua, donde la reducción alcanzó la cifra de 72% en promedio.
No es fácil determinar cómo se formulan y manejan las finanzas y los presupuestos del país; los conozco, los leo, los entiendo, pero cuando se presenta una crisis económica y política como la actual (proteccionismo de Estados Unidos, caída de los precios del petróleo, delincuencia organizada, recesión mundial), si los ingresos del país se reducen de manera sustancial –lo cual a mi juicio no era difícil de prever–, los presupuestos federales se tienen que ajustar. Simplemente ya es cuestión de dónde se aprieta más, y casi siempre se hace donde la sociedad menos lo siente, por lo menos en el corto plazo, que es en la infraestructura, aunque el precio de esa política lo paga la sociedad en los siguientes años al ser menos competitivo el país por falta de una infraestructura suficiente y eficiente, lo cual genera desempleo y pobreza.
¿En qué medida repercute, desde el punto de vista tanto de los costos como del servicio, la ausencia de planeación, estudios y proyectos oportunos en la realización de infraestructura?
Hace falta planeación en México. En el sexenio de Miguel de la Madrid se decidió que la planeación ya no la hicieran los sectores a través de las secretarías y entidades como la Conagua, la SCT, la CFE, sino la Secretaría de Programación y Presupuesto y posteriormente la SHCP. Ese fue un gravísimo error: no es lógico pensar que un funcionario –y me pongo en el lugar de uno de ellos en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, por muy capaz que sea– tenga los conocimientos, la capacidad y la experiencia para decidir qué es lo que debe hacer cada secretaría o entidad relacionada con la infraestructura… Me resulta imposible pensar que con ese esquema de “planeación” la infraestructura del país pueda ser suficiente y eficiente. No existe un pequeño grupo de profesionales que tenga esa capacidad; la planeación tiene que ser desarrollada por los sectores, y en cada sector yo pondría a un profesional con conocimientos, capacidad y experiencia en su especialidad (vías terrestres, obras hidráulicas, energía, salud, educación).
Existen ejemplos de éxito en el mundo: hay países que cuentan con organismos autónomos de planeación y no requieren 3 mil personas, son entre 100 y 200 profesionales de diferentes disciplinas que juzgan y definen la planeación sectorial y regional; los tienen Corea del Sur, Australia, Inglaterra, Francia, Canadá.
¿Hay algún tema sobre el que no le haya preguntado y que desee abordar, relacionado con el sector hídrico en particular?
La Ciudad de México, el Estado de México dentro del valle, Pachuca, Tizayuca, Puebla, Cuernavaca, Toluca tienen las mismas fuentes de abastecimiento de agua potable, principalmente a partir de acuíferos; todas están sobreexplotadas. La población sigue creciendo de manera aceleradísima en esta zona centro del país, las fuentes de abastecimiento se van consumiendo y no hay planeación. Los estudios, proyectos ejecutivos, financiamiento y construcción de una nueva fuente de abastecimiento toman entre cinco y ocho años, y desafortunadamente nuestros gobiernos no tienen esa visión.
Tengo la impresión de que las autoridades piensan: “¡Chin! ¿Me irá a hacer crisis a mí? No, yo creo que no, entonces lo dejamos para el que sigue.”
Tengo una enorme preocupación porque no hay planeación en esta región. He platicado con el ingeniero Ramón Aguirre, que es un excelente amigo, trabajamos juntos varios años, y él comparte esta preocupación, con el agravante de que tiene, como director general del Sistema de Aguas de la Ciudad de México, la responsabilidad de dar respuestas a estos enormes desafíos; y seguramente en el Estado de México, en Puebla, Morelos, Tlaxcala e Hidalgo los ingenieros también tienen esa preocupación que no logran hacer entender a los políticos.
Tengo la impresión de que las autoridades piensan: “¡Chin! ¿Me irá a hacer crisis a mí? No, yo creo que no, entonces lo dejamos para el que sigue.”
¿Alguna reflexión final?
A pesar de las condiciones actuales, tengo una gran confianza en México, en los mexicanos y en nuestra ingeniería. Hay inteligencia y conocimientos, y nuestros jóvenes ingenieros los tienen, por lo que nuestro futuro está en nuestras manos.
Entrevista de Daniel N. Moser.