Manuel Romana García Profesor titular de la Universidad Politécnica de Madrid.
La vocación docente de Manuel Romana fue fundamental en su ejercicio profesional. Se definía como profesor y como ingeniero, simultáneamente. Formó a un número muy elevado de profesionales de túneles de varias generaciones y de varios países, gente que ha participado de forma muy activa en el panorama nacional y en no pocos proyectos internacionales.
Manuel Romana Ruiz fue un ingeniero excepcional que trabajó durante algo más de 50 años en ingeniería del terreno, mecánica de suelos y de rocas, un campo al que llegó en sus primeros trabajos como jefe de obra de grandes presas. Trabajó en importantes proyectos en América Latina, África, España y Europa en general. Su participación en sociedades profesionales fue siempre muy importante, y desde 1986 dejó una gran huella en la ingeniería mundial con su índice SMR, para taludes en roca, y, en menor medida, el DMR, para cimentaciones de presas en roca. Aunó la mejora de las evaluaciones de la roca a su participación en proyectos específicos.
Visitó México en multitud de ocasiones, y trabajó en obras aquí en varios periodos de su vida. En su etapa final, probablemente la más fecunda, dedicó la mayor parte de su esfuerzo profesional a importantes presas en México, y colaboró con entidades y asociaciones mexicanas. Siempre habló con gran cariño de los mexicanos y de la nación.
Manuel Romana Ruiz nació en Sevilla en 1934. Estudió el bachillerato a medias entre Sevilla y Barcelona, y decidió ingresar en la Escuela de Ingenieros de Caminos. Lo logró en 1954. Durante sus estudios se encontró con María Luisa García Suárez, con quien se casó en 1960. Se conocieron mientras mi padre estaba en el grupo de teatro de la escuela, y este arte, junto con la poesía, fue su gran pasión no técnica. Aprendió inglés y francés, y leía fluidamente catalán e italiano. Tuvo siempre una gran memoria y su tesón y capacidad de aplicarse eran excepcionales.

Fue becario de Eduardo Torroja en el Departamento de Materiales del Instituto Eduardo Torroja durante unos meses. Tras acabar la carrera, en 1961, pasó a trabajar en Dragados y Construcciones, donde le pagaban el triple. Para esta empresa trabajó en los canales del Órbigo, fue jefe de obra de la presa de La Barca y llegó a ser jefe de obra de la presa de El Atazar. Allí se interesó por la geotecnia, mientras se encargaba de la excavación de la cimentación de la presa y la búsqueda de los áridos necesarios para construirla. De esa búsqueda salió una larga historia que me contó un par de veces, además de convencerse de dedicarse a la geotecnia a partir de entonces. Esa dedicación devino en pasión, especialmente por la mecánica de rocas.

Es en esta época cuando nacimos sus tres hijos, María Luisa, Belén y Manuel. Vivimos en uno de los chalés del poblado de la presa, en un relieve con vistas privilegiadas.
En 1968 pasa a INTECSA, donde desarrolla la parte más larga de su carrera, hasta 1987. Funda y lleva el Departamento de Geotecnia y Obras Subterráneas, y participa en infinidad de obras y proyectos. Se pueden citar el puente sobre la Bahía de Cádiz, la presa de Salvajina y el Proyecto Gaviota, de importancia estratégica para España en los decenios de 1980 y 1990.
Desde los setenta se orienta simultáneamente al ejercicio de la profesión y a la docencia. Fue primero profesor no numerario en la Escuela de Ingenieros de Caminos de la UPM, y en 1977 gana por oposición la cátedra de Geotecnia y Cimientos de la Escuela de Ingenieros de Caminos de Santander. Es uno de los autores seleccionados por Jiménez Salas para escribir capítulos de Geotecnia y cimientos 3. Entre 1978 y 1980 imparte clases allí, y en 1981 pide el traslado a la Escuela de Caminos de la UPV, en Valencia. Es entonces cuando se centra especialmente en la ingeniería de túneles. Imparte asignaturas como Geotecnia y Cimientos 2, Túneles y Obras Subterráneas, Mecánica de Rocas y Geotecnia aplicada a las Obras Hidráulicas.
Desde 1975 aplica las técnicas más modernas, y en 1986 contribuye con la creación del SMR, su innovación más conocida. Ésta y otras aportaciones se pueden seguir en el gran número de artículos técnicos que publica en la Revista de Obras Públicas y en muchas otras. También organiza simposios de túneles y obras subterráneas en Valencia y otros sitios.
En 1987 deja INTECSA y funda INGEOTEC, empresa consultora especializada en el proyecto de túneles y los estudios geotécnicos. Según él contaba, fueron los años más satisfactorios de su carrera, donde se multiplicaban los túneles en los que intervenía. Allí trabajó durante más de 15 años con su mujer, María Luisa, y conmigo. Consolidó el SMR, que se aplicaba ya en taludes rocosos de todo el mundo. Estaba muy orgulloso de haber hecho consultoría de asesoramiento para el ADIF y para Abertis.
Participa en los túneles de El Pardo, en varios proyectos en Andorra, en el túnel de Las Hechiceras, en el proyecto del túnel de Guadarrama Ferroviario. Amó su participación en el puerto de Valencia, y continuó formando a generaciones de ingenieros. De esa época, que compartimos dos docenas de personas, recuerdo sus lemas más constantes: “Cada día tiene su afán”, “El viaje se puede hacer, pero ¿se debe?”, y cómo terminaba las reuniones: “A ello”. También recuerdo que me decía, antes de alguno de sus largos viajes, que cuidara la viña. Fueron 15 años de trabajo, risas, presión y experiencias estupendas, en general.
Un aspecto que fue para él muy importante fue su participación en la vida profesional, a través del colegio y de diversas asociaciones. Desde siempre fue socio y miembro de las juntas directivas de la Sociedad Española de Mecánica del Suelo, fundador y presidente de la Sociedad Española de Mecánica de las Rocas y socio muy activo de la Asociación Española de los Túneles. Tuvo un papel destacado en el Comité Español de Túneles de Carretera de ATC-PIARC y fue representante español en el Comité Internacional de Explotación de Túneles de PIARC, en el que fue el primer secretario de idioma español.
También fue parte de la Junta de la Demarcación del Colegio en la Comunidad Valenciana, y obtuvo la Medalla al Mérito Profesional del Colegio; ésta, junto con el título de Catedrático de Universidad, fueron los dos que más le orgullecieron.
También hay que destacar su aportación a los cursos para profesionales, una constante desde finales de los setenta. Organizó cursos en primer lugar en la Escuela de Caminos de la UPV, y posteriormente en Madrid, en diversos hoteles (el Zurbano fue una sede muy empleada), en la Fundación Gómez Pardo y en el Colegio de Ingenieros de Caminos. En su última etapa profesional fueron el centro de gravedad de su actuación, a través de la empresa STMR (Servicios Técnicos de Mecánica de Rocas).

Mi padre participó con éxito en numerosos proyectos de túneles de carretera, ferroviarios, de metro e hidráulicos actualmente en servicio (más de 500 km en total). Sus artículos en la Revista de Obras Públicas han sido muy citados, especialmente los dedicados a sostenimiento de túneles y bocas. Fue autor de numerosas comunicaciones y textos sobre su especialidad.
Quisiera mencionar dos proyectos que le dieron un gran éxito profesional, bien entendido que los dos requirieron de él muchísimo trabajo y no poca iniciativa. Uno fue el proyecto de trazado del túnel de Guadarrama ferroviario. Fue el primer túnel ferroviario largo de alta velocidad proyectado en España que no era de vía doble, como habían sido los de la LAV a Sevilla. Manuel Romana Ruiz peleó por el contrato en condiciones muy desfavorables, y fue quien pensó en aliarse con los gabinetes franceses que habían diseñado el único precedente europeo ya construido, el túnel del Canal de la Mancha. Organizó un consorcio complejo, al que hizo funcionar como un reloj. El proyecto fue de calidad, y alabado por revisores internacionales.
Si hubo una obra de túnel que fue su expresión más completa, y que le debió casi todo a su genio, fueron los túneles del Pardo, un tramo clave del cierre de la M-40. La otra parte importante fueron las calzadas superpuestas, que deben muchísimo a su vez a Sandro Rocci, compañero de escuela de mi padre y profesor –y posteriormente un gran amigo– mío. Con unas dimensiones de estación de entonces del metro de Madrid, y planteados inicialmente por la administración por el método alemán, fueron transformados por mi padre empleando el precorte mecánico para la parte de bóveda. Con un equipo reducido ganó el concurso de proyecto y obra, resolvió todos los problemas que se le plantearon, que no fueron pocos, colaboró con la administración y la UTE contratista en una obra que fue en extremo especial, y que ha sido un éxito indiscutible desde su concepción. La noche en que vimos replanteada la sección, enorme, en el talud frontal, estaba eufórico.
Se volcó en ayudar a sus hijos cuando tuvimos problemas y necesidades, y se lo pedimos. La educación que nos dieron a mis hermanas y a mí testifica su visión y buen sentido, unido al de mi madre. Se entregó a la profesión en cuerpo y alma. En lo que nadie sabía que eran sus últimos días, porque se lo llevó la COVID-19 cuando gozaba de buena salud, se preguntaba por qué no lo llamaban para trabajar. Con 85 años, sonreía al hablar de los túneles.
La vocación docente fue fundamental en su ejercicio profesional, y no sabría decir qué faceta era más importante para él. Se definía como profesor y como ingeniero, simultáneamente. Fue catedrático desde 1977 hasta 2010, cuando pasó a ser profesor emérito de la UPV. Enseñó en tres universidades, la UPM, la UNICAN y la UPV, pero hay que destacar su función como profesor de ingenieros. Tomó un papel muy importante en impartir cursos para profesionales, con duración de entre dos días y una semana. Fueron muchísimos los ingenieros que asistieron a sus cursos, entre estudiantes y profesionales; formó a un número muy elevado de profesionales de túneles de varias generaciones y de varios países, gente que ha participado de forma muy activa en el panorama nacional y en no pocos proyectos internacionales, desde 1980 hasta hoy mismo. Todos llevamos su impronta, y lo recordamos con cariño.