El ingeniero debe actualizarse continuamente y renovar su conocimiento, pero la teoría sola no es suficiente: es importante que posea la práctica. Por otra parte, hay que ser creativo y tratar de innovar para enfrentar el desafío de los proyectos hidroeléctricos, así como saber atender las circunstancias de ajustes a la ingeniería de diseño. Hay que recordar que no hay ingeniería única ni definitiva: siempre es susceptible de ajustes, tanto durante el mismo proceso de diseño como durante la construcción e incluso ya con la infraestructura en operación. La ingeniería, como la planeación, son dinámicas.
Próspero Rigoberto Antonio Ortega Moreno
El ingeniero Próspero Rigoberto Antonio Ortega Moreno nació en la ciudad de Teziutlán, Puebla, en el norte de la Sierra Madre Oriental, una de las regiones donde se reciben los efectos de los frentes fríos y las condiciones climáticas influyen en la característica de la naturaleza y, obviamente, en el desarrollo y comportamiento de la infraestructura.

“Llegué a este mundo a finales del decenio de 1930 –apunta nuestro interlocutor–; recientemente alcancé los 86 años de existencia. Tengo algunos recuerdos que son imposibles de perder –responde a pregunta expresa– por lo que han representado en mi vida personal y posteriormente como estudiante y profesionista.
”Cursé la educación primaria, secundaria y preparatoria en Teziutlán, Puebla. Mi niñez fue común a la de los niños de esa época; corrían los años de principios de la década de 1940 y parte de los cincuenta; en mi familia éramos 12 hermanos, yo el cuarto en orden de edad: seis mujeres y seis varones, lo que demandó un enorme esfuerzo para mis padres, considerando que contaban con una preparación escolar muy limitada. Mi padre, Próspero, cursó sólo la escuela primaria, y mi madre, María de la Paz, solamente sabía leer y escribir. Ambos eran bilingües, pues hablaban con fluidez español y náhuatl, lo que para sus hijos era un orgullo”.

De niño, Próspero Ortega enfrentó algunas circunstancias de salud por deficiencia hepática y de la vista, que afortunadamente no trascendieron, aunque afectaron un poco la asistencia regular a la escuela. Estos inconvenientes de salud fueron superados gracias a la atención de sus padres, particularmente de su madre, que siempre tuvo un ejemplar comportamiento con sus hijos y en especial con él.
Su padre –nos cuenta– fue maestro rural por vocación, sin preparación académica. Después trabajó en una pequeña tienda de abarrotes, granos y semillas como despachador ganándose en poco tiempo la confianza del dueño, al grado de que le traspasó la tienda y de dependiente se convirtió en comerciante.
“Con el anhelo de crecer en preparación y desarrollo, mi padre tomó cursos básicos por correspondencia sobre contabilidad y comercio que le fueron muy útiles. Eso le permitió desarrollarse en el comercio y en la administración de bienes y servicios, entre ellos baños públicos, que en esa época eran muy populares porque no era común que las casas tuvieran un baño privado. Siempre quiso diversificar sus actividades. Con el tiempo también administró servicios para el transporte de pasajeros en la región; tuvo así un reconocido desarrollo como persona honesta y esforzada en progresar”.
Lamentablemente, la falta de atención oportuna a su salud provocó que su padre falleciera a la edad de 77 años. “En cambio mi madre –apunta Próspero Ortega– fue una persona de una gran fortaleza física considerando todo lo que tuvo que enfrentar para llevar adelante una familia con 12 hijos y apoyar a mi padre en la atención de los negocios. Ella nos dejó a los 89 años”.
Eran comunes las familias numerosas, y una vez que los hijos crecían se daba por hecho que debían aportar a la economía familiar. Consultamos a nuestro interlocutor cuál fue el desarrollo de todos ellos.
“De los 12 hermanos solamente seis logramos una preparación académica profesional, cinco con carreras de contaduría, educación, idiomas y confección de ropa. Solamente yo tuve la oportunidad de estudiar una carrera universitaria a nivel licenciatura y, muy posteriormente, una maestría”.
Lo consulté respecto de la infancia y continuó: “Además de asistir a la escuela, los fines de semana yo aseaba calzado en los baños públicos que administraba mi padre, era bolero pues, para decirlo de forma coloquial. Eso me permitió obtener recursos económicos para comprarme mis primeros zapatos de futbol y mi balón.
”En mi temporal oficio de bolero, me tocó vivir un momento especial de esa época. En una feria regional a finales de los cuarenta, a la edad de 10 años, me tocó bolear las botas del grupo militar del general Humberto Mariles, que seguramente algunos lo recordarán como medalla de oro en la justa hípica de los Juegos Olímpicos de Londres 1948. ¡Por cada par de botas me pagaron un peso!”.
La vida familiar, igual que la de todos los niños en esa época y en ese lugar, transcurría asistiendo a la escuela y haciendo deporte. “Los deportes más comunes –nos comenta– eran voleibol, basquetbol, futbol y beisbol. Yo fui un adicto del futbol y del basquetbol; eso me llevó a desarrollar algunas virtudes y habilidades en el deporte, que además fueron parte de mi formación disciplinaria”.
Quisimos saber cómo repartía su tiempo, considerando la escuela y su “adicción” al futbol y al básquet. Nos dice: “La escuela era absoluta prioridad. El trabajo era en época de vacaciones, también sábados y domingos; como no había escuela, había que apoyar a mis padres en la atención a los baños públicos. A mis 12 años, los sábados en la madrugada salía en autobús hacia Altotonga, donde estaban otros baños públicos construidos por mi padre, para atenderlos en su representación”.
A esa edad, Próspero Ortega estaba pendiente de que todo operara correctamente. Por supuesto, no obtenía una remuneración de su padre, pero con dos, tres, cinco o diez pesos que obtenía de asear el calzado tenía siempre para pagarse golosinas y regresar el domingo entrada la tarde a su casa. La noche del sábado dormía en un hotel económico del pueblo e incluso en un catre en el local de los baños públicos. No estaba solo, había adultos, empleados de su padre. Con ellos, relata nuestro interlocutor, existía un respeto mutuo.
“Al terminar la primaria laboré en una imprenta y en una oficina que publicaba un periódico semanal que se distribuía en el pueblo”.
Su adicción al deporte y circunstancias de salud propiciaron que hiciera la primaria en siete años. “En la secundaria ya era una disciplina más diferente y los compañeros también –continúa Próspero Ortega–. Ya tuve un poco más de conciencia de la asignación de tiempo para el deporte y la escuela. En cuanto a las amistades, reconozco que tuve algunas nada recomendables. Gracias a mi formación familiar finalmente no influyeron en mi desarrollo escolar.
”Al terminar la preparatoria, me inscribí en la Universidad de Puebla; siempre acudí a instituciones educativas públicas. Elegí la Facultad de Ingeniería Civil porque me gustaban las matemáticas. Siempre competía, desde la secundaria y preparatoria, con otros compañeros respecto a las actividades y a las tareas de matemáticas; no quiero decir que otras materias no fueran atractivas, para mí todas lo fueron, pero en particular las matemáticas me divertían”.
Eso lo motivó a querer estudiar ciencias químicas o ingeniería. “En esa época –recuerda– se estaba desarrollando el proyecto hidroeléctrico Mazatepec, cercano a mi lugar de origen, muy importante para la CFE, y era común que mucha gente de la región trabajara ahí; eso influyó para que yo ingresara a la Facultad de Ingeniería Civil y que, una vez concluyendo, hiciera lo posible para incorporarme a la construcción de infraestructura pesada de los proyectos hidroeléctricos”.
En la universidad no perdió su “adicción” al deporte: “Aunque mi estatura era baja, formé parte del equipo de basquetbol de la universidad en torneos municipales.”
Cuando iniciaba el quinto año, circunstancias político-religiosas condujeron a una huelga escolar que duró más de cuatro meses, y eso hizo que Próspero Ortega regresara a su lugar de origen para buscar donde trabajar. Así, ingresó en 1961 como dibujante en una oficina de la CFE en Teziutlán que realizaba estudios de anteproyectos hidroeléctricos; regresó a la universidad al final de ese año y en los primeros meses del siguiente concluyó su licenciatura.
“Al obtener la carta de pasante –cuenta nuestro interlocutor– estuve apoyando a un arquitecto en cálculos estructurales de viviendas y edificios pequeños (de no más de tres o cuatro niveles) y, al mismo tiempo, yo veía la forma de incorporarme a la CFE, lo que finalmente logré en el segundo semestre de 1962 en el proyecto Santa Rosa, Jalisco. Entre 1965 y 1973 estuve en líneas de transmisión y en esta etapa viví una desagradable circunstancia profesional de tipo administrativo que dio como resultado que el director general de la CFE me despidiera en diciembre de 1973 por el “pecado” de haber aprobado el pago de tiempo extra al personal obrero sin la autorización del director general, como él lo había ordenado. Sin embargo, todos reconocían que mi despido había sido una decisión injusta, ya que yo hice los trámites para solicitar la autorización, pero no la recibí. Las libranzas eran de una instalación en operación que implicaba suspensión del servicio, y no se puede decir: ‘No voy a atenderlo, no voy a hacer esta conexión porque no me llegó la autorización de pago del tiempo extra’. Es entonces cuando hay que tomar decisiones responsables. Así pues, se realizó el trabajo y se pagó el tiempo extra a los trabajadores sin esperar la autorización; ese fue el motivo que se esgrimió”.
Le pedimos detalles y relató: “Tuvieron que realizarse unas maniobras para interconectar dos líneas de transmisión, una de ellas ya energizada que implicaba una libranza, por lo que hice el trámite ante el área de Operación. Las maniobras las realizamos con nuestro personal necesariamente en días festivos, con el reconocimiento del pago del tiempo extraordinario correspondiente”.
Los compañeros de trabajo que ocupaban puestos superiores intercedieron en su favor y el primer día laboral de enero de 1974 lo reintegraron; tiempo después fue designado residente general de construcción para la ampliación de las centrales hidroeléctricas Infiernillo y Malpaso.


“Gracias a la labor desarrollada, en 1977 fui nombrado superintendente general de construcción para el proyecto hidroeléctrico Chicoasén, y posteriormente gerente de construcción a cargo de los proyectos Peñitas, Rehabilitación Infiernillo, Aguamilpa, Temazcal Ampliación, Agua Prieta y Zimapán. En 1993 me designaron coordinador de proyectos hidroeléctricos, y en 1995 dejé la Comisión Federal de Electricidad después de casi 33 años ininterrumpidos.
”De 1995 a 2002 colaboré en la Comisión Nacional del Agua como subdirector de Construcción y en 2004 como vocal ejecutivo de la Comisión de Aguas del Estado de México. Luego de participar en el sector privado, en 2008 fui reincorporado como trabajador activo para el proyecto La Yesca de 2008 a 2014. También participé en la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en 2014-2015, tras lo cual me he desempeñado como consultor independiente. Fueron 48 años en el sector público y el resto en el sector privado; es decir, más de 60 años de vida profesional”.

Respondiendo a la consulta sobre momentos destacables de su actividad profesional, Próspero Ortega cuenta: “Participar en las hidroeléctricas significa un intenso deseo para un ingeniero civil. Al iniciarme ingresé como ayudante del auxiliar del residente en Santa Rosa, Jalisco, en 1962. Allí vi por primera vez la aplicación de la planeación en los procedimientos constructivos para obras como la cortina de concreto de doble arco, donde se utilizó un cable vía para manejar los materiales a depositar en la estructura. En la ladera izquierda de la boquilla existen bloques inestables que fueron fijados con anclaje postensado para evitar posibles desprendimientos. El caso de las obras de ampliación de Infiernillo fue anecdótico y significativo. Estábamos en la etapa de pruebas preoperativas de la quinta unidad, y la noche anterior a que se hicieran las pruebas, que siempre son en horas de menor demanda de energía eléctrica, es decir, en la madrugada, soñé que en la caverna donde estaba alojada la hidroeléctrica había filtraciones con aportación importante de agua. Eso lo recuerdo muy bien. La noche siguiente, que se realizaron las pruebas de rechazo de carga, hubo una operación incorrecta de la válvula de 5 metros de diámetro para el control de acceso de agua de la tubería de presión a la turbina. Esta válvula de tipo lenteja y eje excéntrico giró incorrectamente en sentido contrario al que debió hacerlo (por defecto del sistema), y provocó un severo golpe de ariete; con la presión súbita de la carga del agua desde el nivel de la presa, hizo fallar los pernos de unión de la carcasa, lo que ocasionó una importante abertura y que el agua de la tubería y del embalse de la presa escapara y empezara a inundar la caverna de la casa de máquinas. Fue necesario actuar con rapidez y eficiencia para cerrar las compuertas de la toma y del desfogue para evitar que continuara la aportación de agua. Un evento inédito importante”.
Al pedirle una reflexión sobre sus años en la CFE y lo que destaca de la labor profesional del ingeniero civil, Próspero Ortega expresa: “Un gran ingeniero geotécnico canadiense ya fallecido, Ralph B. Peck, decía: ‘La sociedad espera que el ingeniero sea profesional y competente en su trabajo’. Es decir, el ingeniero debe continuamente actualizarse y renovar su conocimiento, pero la teoría solo no es suficiente: es importante que posea la práctica. Por otra parte, hay que ser creativo y tratar de innovar para enfrentar el desafío de los proyectos hidroeléctricos, así como saber atender las circunstancias de ajustes a la ingeniería de diseño. Hay que recordar –agrega– que no hay ingeniería única ni definitiva: siempre es susceptible de ajustes, tanto durante el mismo proceso de diseño como durante la construcción e incluso ya con la infraestructura en operación. La ingeniería, como la planeación, son dinámicas”.
Después de la etapa en la CFE, Próspero Ortega trabajó en la Comisión Nacional de Agua y le pedimos que nos comente qué diferencias encontró en su trabajo en ambos organismos.

“Esta pregunta me la hicieron diversos colegas: la diferencia no se da en los organismos, sino en los proyectos concretos. Lo que sí constituyó una gran experiencia para mí fue la consolidación en el reconocimiento al valor del agua en todas sus manifestaciones”.
Nuestro interlocutor también destaca un aspecto significativo para él. “Uno de los factores que más han enriquecido mi vida profesional es el de las relaciones humanas con los trabajadores que participan en el desarrollo de infraestructura de utilidad pública, independientemente de su característica y de su nivel de preparación práctica o académica, así como con los pobladores de las comunidades rurales que habitan en las vecindades de las obras. Estas personas fortalecieron mis valores humanos personales”.
Nos cuenta una anécdota de cuando estaba en la presa Infiernillo: “El cauce del río Balsas en esa zona forma parte de una región que en esa época era de alta producción de enervantes (creo que lo sigue siendo). Durante la siembra y cosecha de las plantas, la disponibilidad de mano de obra se veía mermada porque el trabajador obtenía mejor remuneración en las plantaciones. Este era un valor entendido, y los responsables de la construcción de las obras lo contemplábamos en los rendimientos y producción. De esta manera, siempre mantuvimos un ‘acuerdo’ no escrito con los productores, con lo que ambas partes convivíamos en paz”.
Le pedimos una reflexión sobre la diferencia, de haberla, entre el trabajo en el sector público y el privado.
“Si uno entiende la característica de uno y otro, es fácil adaptarse; de lo contrario no será posible alcanzar la compatibilidad de caracteres indispensable para ofrecer un servicio responsable, honesto y con sentido de lealtad y respeto hacia las empresas y personas con las que está uno comprometido a servir”.
En los años recientes le tocó participar en el proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, que finalmente se canceló. “Allí –nos relata– participé como integrante de la entonces Secretaría de Comunicaciones y Transportes a través del Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México desde abril de 2014 hasta junio de 2015; renuncié voluntariamente por convenir así a mis intereses profesionales”.
Después de más de dos horas de entretenido, cordial y enriquecedor diálogo, le pedimos una reflexión final.
“Nada más señalar –nos dice Próspero Ortega– que lo fundamental para el desarrollo de cualquier tipo de infraestructura es la planeación, el control y medición continua y permanente de un proyecto y sus componentes. En la planeación hay que considerar en forma primordial la participación de la ingeniería de diseño, de los estudios suficientes y exploración geológica oportuna y responsable con interpretaciones razonables y racionales para un adecuado análisis geotécnico como parte fundamental en cuanto a la calidad y oportunidad de información, reconociendo que la ingeniería de diseño no es única y definitiva, que siempre puede revisarse, corregirse, mejorarse con base en el conocimiento, la experiencia y el espíritu creativo e innovador, precisamente derivado de la aportación de las recomendaciones de los especialistas en geología y geotecnia. Finalmente, es fundamental establecer un estricto sistema de control y seguimiento en el desarrollo de los proyectos desde la etapa conceptual, el diseño y la construcción hasta las pruebas para la puesta en servicio y posterior plan de operación, conservación y mantenimiento”
Entrevista de Daniel N. Moser