16 enero, 2025 3:29 pm

Federico Mooser abandonó mansamente su cuerpo una madrugada de octubre de 2021, a los casi 98 años de edad, pero su legado profesional, su intensa personalidad, siguen presentes entre quienes tuvimos el placer y el honor de gozar de su amistad, de sus visitas inesperadas, sus llamadas en horarios insólitos, su risa estruendosa, su conversación informada, culta y entretenida, luego de la cual uno siempre se quedaba con un conocimiento nuevo.

De México a Suiza, de allí al Congo Belga, luego a Nueva York para, finalmente, retornar a México. Su breve paso por Pemex, la rica experiencia junto a reconocidos ingenieros civiles, el Drenaje Profundo de la Ciudad de México, el sismo de 1960 en Chile, sus largos años en la CFE, la experiencia con la energía nuclear, la amenaza del Popocatépetl, el agua del subsuelo del Valle de México…

Federico Mooser conoció la geología del Valle de México como la palma de su mano, al igual que la de gran parte del territorio nacional. A sus casi 98 años se calzaba sus botas y su casco, echaba mano de los planos y plumas que eran parte de su indumentaria y, cuando resultaba necesario, cargaba una pala y un pico.

Participó en su tiempo en casi todas las obras de infraestructura de todos los tamaños que se construyeron en el Valle de México –los monumentales túneles del Sistema del Drenaje Profundo y las líneas del metro son algunos ejemplos–, pero también en el resto del país: la ubicación de Laguna Verde fue elegida por él para construir allí la central nuclear.

A lo largo de su trayectoria interactuó con destacados personajes que han construido el México moderno. Fue ingeniero geólogo y también un intelectual; culto, muy ameno, divertido y didáctico conversador con quien podía uno pasarse horas… por cierto, también fue un aplicado horticultor en los jardines de su casa.

Sus padres se conocieron en México. Su papá vino de Suiza como bacteriólogo y su mamá de Inglaterra, pasando por Canadá, como enfermera. Federico Mooser nació y vivió en México hasta los 12 años. En ese tiempo a su padre le ofrecieron ser profesor en Zúrich y se mudaron a esa ciudad; hasta los 27 años estuvo en Suiza.

Estudió Geología de Ingeniería Civil en Zúrich. Antes de regresar a México, primero fue a África y estuvo buscando oro, diamantes y estaño, bajo las órdenes de geólogos rusos que eran la élite de veteranos de la revolución rusa. Poco o nada de ingeniería practicó allí: se introducían en la selva y cada geólogo estaba separado del otro por unos 10 kilómetros… así recorrían la selva virgen.

Allá estuvo dos años. Después regresó a Zúrich, estuvo poco tiempo y decidió irse a Nueva York. Estando en esa ciudad le ofrecieron ser geólogo de exploración de petróleo en Riad. Era junio y hacía un calor tremendo en Nueva York, así que la idea de ir al desierto, después de que se había acostumbrado a la selva, no le gustaba mucho; decidió entonces que en agosto o septiembre regresaría a su país natal.

“Soy vulcanólogo”

Llegó a México e ingresó a trabajar en Pemex, donde estuvo dos años, pero no estaba muy a gusto y se retiró. En 1954 viajó de Tampico a la Ciudad de México; en ese tiempo se preparaba en el Instituto de Geología de la UNAM el Congreso Geológico Internacional, que se realizaría durante 1956, e ingresó a ese instituto porque necesitaban un vulcanólogo, por más que Federico les dijo que no era vulcanólogo, sino ingeniero geólogo. “Bueno –le contestaron–, si quiere chamba tiene que ser vulcanólogo”. Con el humor que lo caracterizaba, contestó: “Muy bien, soy vulcanólogo”, y así comenzó a estudiar rocas volcánicas.

A raíz del gran sismo de 1960 en Chile, país al que asistió para investigar dicho fenómeno con Enrique Tamez y Nabor Carrillo, ya no se desligó de la ingeniería civil. Desde entonces siempre lo requerían cuando había geología ligada a la ingeniería civil. Así fue que comenzó a ver edificios, perforaciones en el suelo de la Ciudad de México, cimentaciones y túneles.

“Aprendí con estos tipos de primera”

En ese tiempo ocurrió que lo llamaron al Departamento Central (hoy gobierno de la Ciudad de México) para ser geólogo. El regente de entonces era Ernesto Uruchurtu. En su equipo de trabajo participaban destacados ingenieros, Fernando Hiriart y Raúl Ochoa, con quienes rápidamente Mooser se identificó y trabó una relación profesional y amistosa. Desde el viaje a Chile también se vinculó con Nabor Carrillo, y recurrentemente con Raúl Marsal y Enrique Tamez, los tres discípulos de Karl von Terzaghi.

“Común a todos ellos –decía Federico– era la muy elevada inteligencia”. Consideraba a Nabor Carrillo increíblemente talentoso y diversificado; lo definía como un ingeniero excelente, “muy original y artístico, cantaba, coqueteaba con las mujeres exitosamente, contaba chistes increíbles”; para Mooser, “el hombre era fuera de serie, podía estar una noche entera divirtiendo a toda la gente”.

Mooser siempre reconoció lo mucho que había aprendido de tantos ingenieros civiles; “aprendí con estos tipos de primera”, decía, y se acostumbró a pensar en cimentaciones y en ingeniería geológica. Regresó a México a sus funciones en el Departamento Central y, a pedido del titular del Instituto de Geofísica, siguió como investigador de la universidad, siendo su principal aporte lo que aprendía de su experiencia en las obras.

Al poco tiempo dejó el Departamento Central, pues Fernando Hiriart lo invitó a la Comisión Federal de Electricidad. A los tres meses lo nombraron jefe de geólogos.

Esto sucedió entre 1957 y 1960. Tan ocupado en la CFE y como consultor del Departamento Central, Federico no consideró honesto seguir en la UNAM, a la que apenas tenía oportunidad de asistir, y presentó su renuncia.

Su vinculación con los temas del agua comenzó cuando en 1954, en el Instituto de Geología de la UNAM, le encargaron hacer el mapa geológico del Valle de México: un trabajo que nunca se detuvo, y que él, permanentemente, lo actualizaba y ampliaba. Un día de 1956, estando en el Instituto de Geología, Nabor Carrillo le dijo: “¡Corre con Hiriart, necesita un geólogo que sepa algo de agua en el Valle de México!” Mooser para entonces sabía algo, porque ya había hecho sus primeras exploraciones con Raúl Ochoa en la cuenca.

El “diplomático”

Por su carácter de hombre franco, directo, de decir sin filtro lo que pensaba, Federico fue calificado por Nabor Carrillo como “el diplomático”, con ironía, y temía que Federico dijera algo conflictivo. Enrique Tamez –contó más de una vez Mooser– le insistía muy a menudo con que “a nadie le digas ‘pendejo’, mucho menos se lo compruebes, te ganas un enemigo; mejor explícale el error y cómo resolverlo”.

En 2006 le tocó estar al frente del equipo de geólogos que realizaron los estudios previos a la construcción del Túnel Emisor Poniente (TEP) que construyó Raúl Ochoa. Ese fue el primer gran túnel en el que Mooser participó intensamente. En esa época –recordaba– “éramos todavía bastante novatos en tecnología de túneles, pero avanzamos sin máquinas perforadoras; todo se hacía a base de dinamita y excavación con pico, pala y retroexcavadora”.

Federico describió el trabajo en esa época como muy duro. Enrique Tamez era el director técnico de la obra del TEP. Aprendieron a excavar túneles en distintos tipos de formación volcánica, en nubes ardientes, en aglomerados, en río, en depósitos de ríos… fue una gran experiencia. En la construcción del TEP, Mooser se formó igual que muchos ingenieros mexicanos que luego habrían de participar en otras grandes obras de infraestructura subterránea.

Con muchos de los más destacados ingenieros, Federico consolidó una relación profesional fructífera, y también una amistad, principalmente con Raúl Ochoa, quien dirigía la obra, y con Enrique Tamez, que era el ingeniero especialista en suelos de ICA. Mooser se formó con ellos. Solía decir que “un ingeniero sirve por su experiencia; una cosa es lo que se aprende en la escuela y otra cosa es lo que se aprende en la práctica, cuando está ahí abajo en el agua, en el lodo y viendo cómo tienen que avanzar”.

Laguna Verde

En la CFE, Federico Mooser trabajó muy de cerca con Raúl Marsal en las presas Santa Rosa, El Infiernillo, Angostura, Malpaso, Chicoasén y La Villita. Fue en esta última presa que conoció personalmente al general Lázaro Cárdenas; cada vez que llegaban los consultores él estaba, montado en su caballo, esperando que bajaran del avión; “nos saludaba cordialmente y quería estar al tanto de los avances de la obra”.

Una de las obras más significativas para Federico, no la única, fue la Central Nuclear Laguna Verde; le encargaron localizar el mejor cimiento donde instalarla. Recorrió la costa del Golfo de México, espacio tectónicamente estable, y propuso la zona de Laguna Verde por ser la primera lava grande que fluyó al mar, 70 kilómetros al norte de Veracruz, pegado al mar, lo cual permite tomar agua de él para enfriar los reactores sin mayor conflicto y en abundancia.

Una vez que se aprobó su propuesta del lugar, tuvo que explorar en un área de 500 kilómetros alrededor de Laguna Verde para asegurar que las condiciones del terreno no fueran propicias para las afectaciones de un terremoto. Fue en esa oportunidad que conoció a Emilio Rosenblueth, a quien ponía a la altura de los más destacados ingenieros con los que trató.

Para esta tarea realizó el mapa geológico desde el Nevado de Toluca hasta Laguna Verde. La Central Nuclear de Laguna Verde generó mucha polémica; el ingeniero y militante de izquierda Heberto Castillo al principio estaba contra el proyecto, por ello Hiriart y Rosenblueth, que lo estimaban, le encargaron a Federico que lo invitara a Laguna Verde para convencerlo de sus bondades. Mooser hizo buena relación con él, finalmente lo convenció de la bondad de Laguna Verde y Castillo ya no habló mal de esa gran obra.

La bolsa de valores y su huerto

Luego de Laguna Verde, Federico participó en la planeación de todos los túneles que se han construido en el Valle de México, incluido el Túnel Emisor Oriente (TEO) y el de la línea 12 del metro.

Al jubilarse en 1976 –que no dejar de trabajar– Federico se planteó dedicarse a invertir en la bolsa de valores y a cultivar su huerto que tenía en casa. En la bolsa, contó en una ocasión, “comencé con 20 mil dólares, pasé a 30 mil, 40 mil, 50 mil y cuando estaba en 63 mil le telefoneé a un amigo mío que sabía mucho de inversiones y me dijo: ‘aguanta un poco más, unos dos días más’… y ¡pum!, se cayó la pinche bolsa y salí de ella con tan sólo 4 mil dólares”. Decidió entonces sólo dedicarse al huerto, donde cultivaba café, papaya, maíz, calabazas, jitomates, mameyes, alcachofas, frijoles… y hasta tabaco.

Federico analizó los estudios de reflexión sísmica que hicieron las brigadas de Pemex después del gran sismo de 1985 y, con base en esos estudios, elaboró su famoso modelo litológico de la Cuenca de México, que no dejó en paz nunca, pues lo revisaba siempre que disponía de nuevos datos.

La marsalada y la negra Durazo

Su análisis de los tendidos de reflexión sísmica dio luz a sismólogos para comprender por qué se amplifican las ondas sísmicas a su paso por las rocas que se encuentran en la base de la Cuenca de México, antes de incidir sobre las arcillas lacustres blandas que conforman los estratos más superficiales y en las cuales las ondas sísmicas se amplifican todavía más, en forma verdaderamente dramática.

Esas arcillas que tanto preocupan a los geotecnistas de la ciudad, esos materiales Mooser los nombró “la marsalada”, es decir, los materiales con los que, según él y con toda justicia y precisión, Marsal se regodeaba: la marsalada. También reveló que “la negra Durazo” era un estrato de arena negra, muy dura, que se localiza a una profundidad de entre 7 y 10 m a lo largo y ancho de la antigua zona lacustre de la Cuenca de México.

Federico estaba convencido de que la dichosa negra Durazo era producto de alguna muy violenta erupción del Popocatépetl. También nominó Formación Cuquita a una parte de la famosa formación también conocida como Tacubaya y que se encuentra en las lomas del poniente de la ciudad. La Formación Cuquita recibió ese nombre porque Federico la ubicó debajo de la casa de la mamá del presidente López Portillo. La señora se llamaba Refugio, Cuquita de cariño.

Junto a Enrique Santoyo Villa, Elvira León y Efraín Ovando Shelley, Federico Mooser participó en la elaboración del “Libro Negro”, el Esquema Geotécnico de la Cuenca de México. A Federico le tocó escribir el capítulo sobre la geología de la cuenca y ahí, de acuerdo con lo que ya había encontrado con su modelo litológico, escribió que el fondo del graben que se forma en las calizas que constituyen la roca basal era un depósito natural de agua en cantidades que aún no se determinan.

En 1989 Mooser contaba con 66 años de edad, hombre de mediana edad, que imponía por su porte altivo, su mirada inquisitiva y su voz de mando, que combinaba inconscientemente con su pasión por la geología, su dominio de varios idiomas, su amplia cultura, su interés perenne por aprender cada día algo nuevo y su generosidad.

Sus gigantescos mapas

Por fortuna, y con la ayuda del ingeniero Fernando Hiriart, Mooser consiguió que se financiara la elaboración del Nuevo Mapa de las Cuencas de México, Toluca y Puebla. Un enorme trabajo estaba detrás de este mapa: la base del trabajo constaba de 36 cartas topográficas escala 1:50000 editadas por el Instituto Nacional de Estadística, Geología e Informática, INEGI. Una vez conseguidas, había que remarcar todo el drenaje natural, es decir, se acentuaban en azul las líneas de los arroyos para destacar al mismo tiempo la morfología; después se procedía a realizar la interpretación de las fotos aéreas de las cartas correspondientes vaciando posteriormente lo interpretado en dichas cartas.

Por supuesto, se realizaron también infinidad de recorridos de campo por tierra y por aire para verificar puntos de control o duda. El resultado de todo este trabajo fue el Nuevo Mapa de las Cuencas de México, Toluca y Puebla editado por la CFE en conmemoración del LIX aniversario de dicha dependencia: un gran mapa formado por 35 mapas individuales que se pueden unir como un gran atlas que cubre una extensión algo menor a los 35,000 km2; el nivel que se logró con este trabajo es de semidetalle y es un referente para la geología de esta región, importante para las ciudades que cubre.

Además de los aspectos estratigráficos y de tectónica regional relevantes, los geólogos señalaron un número de sitios propuestos para efectuar exploraciones geotérmicas mediante perforaciones profundas que eventualmente permitirían diversificar fuentes energéticas limpias. Estos trabajos, junto con la revelación de la estructura del subsuelo profundo en el Valle de México, permitirían luego proponer perforaciones con equipo petrolero para demostrar la factibilidad de la explotación del acuífero profundo para abastecimiento urbano de la Ciudad de México.

Al terminar el trabajo del Nuevo Mapa de las Cuencas de México, Toluca y Puebla siguió con una inercia que lo condujo a la exploración de otras regiones: en Puebla, Oriental, la sierra Orizaba-Perote y las cuencas de los ríos Pánuco, Tuxpan, Cazones, Tecolutla, Bobos-Nautla y Actopan, entre los más importantes. Así comenzó un nuevo mapa de la cuenca de Oriental, la Sierra Orizaba-Perote que llegaba prácticamente hasta las costas de Veracruz, incluyendo, por supuesto, el sitio de Laguna Verde. Asimismo, incursionó en la región al poniente de Toluca y al sur del Nevado, casi en los límites con Michoacán y Guerrero.

La geología y su huerto no eran las únicas inquietudes de Federico. Asistía cada semana, con sus colaboradores como invitados, a tomar clases de economía, filosofía, arte, religiones… con Ruth Tröeller, de nacionalidad belga, amiga y profesora de él por muchos años.

Agua a más de 2,000 m de profundidad

En 2008, las autoridades del Sistema de Aguas de la Ciudad de México perforaron un pozo profundo donde Federico les indicó y, efectivamente, encontraron agua y a Mooser le dieron la oportunidad de ser el primero en beber esa agua fósil –y también fue el primero en sobrevivir a tal ingesta–. Ahí está el agua que Mooser nos dejó; falta cuantificar el volumen de ese líquido potencialmente utilizable y luego falta ver si por su costo vale la pena sacarla de más de 2,000 m de profundidad.

Durante los últimos años, con el patrocinio de varias empresas de construcción y del Colegio de Ingenieros Civiles de México (CICM), Mooser y un equipo de nueve colaboradores publicaron en 2018 dos volúmenes sobre geología del Valle de México y otras regiones del país con información de diversos estudios geológicos elaborados para el diseño y construcción de obras de infraestructura en el Valle de México y otras regiones. El volumen I incluye: Línea 12 del metro de la CDMX, Ampliación de la línea 12 a Mixcoac-Observatorio y los túneles de drenaje Canal General, Dren General del Valle, Túnel Emisor Oriente original, Túnel Emisor Oriente modificado y Túnel Emisor Poniente II.

El volumen II comprende: Nueva sección geológica del Sistema de Drenaje Profundo, Geología del Tren Interurbano Toluca-México (Zinacantepec-Observatorio), Bitúnel Sierra de las Cruces y Sección Sur de la Cuenca de México (Observatorio-Chapultepec-Peñón de los Baños-Texcoco).

Federico Mooser abandonó mansamente su cuerpo una madrugada de octubre de 2021, a casi 98 años, pero su legado profesional, su intensa personalidad, siguen presentes entre quienes tuvimos el placer y el honor de gozar de su amistad, de sus visitas inesperadas, sus llamadas en horarios insólitos, su risa estruendosa, su conversación informada, culta y entretenida, luego de la cual uno siempre se quedaba con un conocimiento nuevo

Texto elaborado por Daniel Moser con base en información propia y aportes de Efraín Ovando Shelley, Ángel Ramón Zúñiga Arista y Eugenio Ramírez R.

ANECDOTARIO

Con Tamez y otros grandes, un transporte al cielo

Se me ocurre al final de este escrito algo que recientemente oí decir a Enrique Santoyo: “Cuando Tamez, mi maestro, se vaya al cielo, como allá tendrá que ir seguramente por excelente y bueno que es, basta con que sea yo la chancla sujeta a uno de sus pies; así iré derechito al cielo”. ¡Coincido con Santoyo! Con que sea yo la chancla colgada del otro pie de Tamez, subiré al cielo y a la inmortalidad también.

Si leyendo lo anterior alguien de la SMMS se inspira metafísicamente y decide ser chancla también de uno de los grandes arriba mencionados para transportarse al cielo, que lo haga con cautela, pues sería posible que con uno de ellos se la juegue.

No obstante, más vale ir al cielo o al otro lado, que quedarse como mecánico bajo el suelo.

Federico Mooser

Publicado en: Enrique Tamez González, ejemplo a seguir, SMMS, 2005.

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