18 mayo, 2024 9:13 am

MEDIO AMBIENTE

El motor hidromorfológico y los retos de la restauración fluvial 

El objetivo de este artículo es poner en valor la hidromorfología fluvial como base para la restauración y la gestión, explicando la situación actual en el contexto de la Península Ibérica y el sur de Europa. La restauración fluvial con base hidromorfológica avanza, pero es todavía un reto complicado que requiere cambiar de mentalidad, vencer inercias y apostar por medidas basadas en la adaptación y el respeto al funcionamiento fluvial natural.

Alfredo Ollero Profesor de Geografía Física, Universidad de Zaragoza, España.

La hidrología y la geomorfología fluvial se integran en la hidromorfología, que es tanto una ciencia como su objeto de estudio y explica el funcionamiento del río y su estructura: no solo el esqueleto, también su circulación, sus órganos principales y su salud. La hidromorfología como ciencia es por tanto clave para estudiar ríos, diagnosticar su estado y proponer medidas de restauración. La hidromorfología como funcionamiento fluvial básico, complejo y dinámico es la base de la resiliencia, de la biodiversidad y de la salud fluvial y, por tanto, de la recuperación de ríos dañados. Todo ello es clave y relevante, sin embargo la hidromorfología ha sido hasta ahora muy poco conocida y muy poco valorada en escala socioambiental.

El motor hidromorfológico

Los ríos son sistemas naturales muy complejos, pero su principal función en el planeta es conectar continentes y mares transportando agua y sedimento. La mayor eficiencia de esta función se consigue con caudales altos y crecidas. Por ello las crecidas pueden considerarse el motor del funcionamiento hidrológico y geomorfológico fluvial: construyen, dimensionan y ajustan los cauces para ese transporte eficaz; dotan al río de resiliencia, distribuyen y clasifican el sedimento lítico y la madera, generan complejidad geomórfica, nuevos hábitats y diversidad; limpian el cauce, recargan los acuíferos, controlan las poblaciones de seres vivos y eliminan invasoras; conectan el cauce con los terrenos laterales inundables intercambiando alimentos y fertilizando la llanura de inundación, aumentan las poblaciones piscícolas y proporcionan arena a las playas. Las crecidas se acompañan de un sistema de autorregulación que ordena, controla y ralentiza todo el proceso por rugosidad en el cauce, con espacios inundables laterales que laminan caudal por desbordamiento y disipan energía, así como almacenes temporales de sedimento en conos aluviales, barras y morfologías, escalonando el transporte. El río no solo se regula a sí mismo, sino también al mar, con sus aportes de agua dulce, sedimento y nutrientes, así como a la dinámica litoral.

En suma, el motor hidromorfológico funciona con caudales hídricos y sólidos y con la pendiente, como ya explicara Lane (1955), y se regula con la propia complejidad y la anchura del cauce y con la rugosidad de las formas fluviales, el tamaño del sedimento, de la madera y de la vegetación; conforma todo ello un equilibrio, dinámico y resiliente, que se rompe continuamente cuando la energía aumenta y domina la erosión, o cuando disminuye y domina la sedimentación (Ollero, 2017). El motor transporta sedimento con caudales altos y además construye el cauce en crecida. Por ello son fundamentales el caudal formativo o geomórfico (situación bankfull a orilla llena) y la carga de fondo como sedimento formativo, constructores del cauce y creadores de heterogeneidad geomórfica (Scott et al., 2022), y con ello de geodiversidad y biodiversidad, lo que será clave en la restauración fluvial (García et al., 2021).

De todos estos procesos pueden derivarse unos indicadores hidromorfológicos del funcionamiento fluvial, útiles para caracterizar ríos y para diagnosticar y evaluar su estado, empleados en índices como el IHG o índice hidrogeomorfológico (Ollero et al., 2007) o el RQI (riparian quality index) (Rinaldi et al., 2013), entre otros muchos. Esos indicadores son la dinámica vertical (incisión o bien acreción), la pendiente y su secuencia longitudinal (saltos y pozas, rápidos y remansos, etc.), el caudal bankfull y la potencia específica, el tamaño, clasificación y acorazamiento del sedimento, la heterogeneidad transversal, las conectividades (longitudinal, lateral y vertical), el grado de contracción o estrechamiento del cauce y su grado de colonización vegetal. Observar y medir estos indicadores es un trabajo fundamental para el conocimiento y la gestión de ríos, para lo cual se requiere formación hidromorfológica y experiencia, teniendo en cuenta la enorme diversidad de los sistemas fluviales en cualquier territorio.

El deterioro fluvial en el Antropoceno

Este funcionamiento fluvial ha sido intensamente alterado en las últimas décadas en España y el sur de Europa muy claramente en la segunda mitad del siglo XX, el Antropoceno fluvial (Ollero et al., 2021). En este periodo el capitalismo y el neoliberalismo creciente han desarrollado y generalizado una economía basada en el crecimiento, la codicia y el consumo, destructora de los sistemas naturales. Los ríos se han convertido en fieles y excelentes indicadores de esta destrucción medioambiental en todas sus manifestaciones, incluido el cambio climático. La evaluación hidromorfológica se ha convertido así en una herramienta básica para comprobar los efectos de este deterioro y explicar sus causas. El capitalismo ha robado agua y sedimento y ha ocupado cauces; ha producido ríos estabilizados y regulados, envasados en canalizaciones, invadidos, estrechados, simplificados, homogeneizados –“no ríos”, en el sentido de Bauman (2000)–, encajados (incisión), e incluso ha extinguido algunas tipologías fluviales, como los cauces trenzados de piedemonte (Piégay et al., 2009).

Un problema actual en muchos ríos europeos, con tendencia a incrementarse y generalizarse para convertirse en una auténtica emergencia fluvial, es el de la incisión. En su origen se suman de forma sinérgica varios procesos, como el propio cambio climático, el cambio global al que han asistido las cuencas en el Antropoceno, y los cambios locales provocados por embalses, presas, encauzamientos, ocupaciones y dragados (figura 1). Todo ello ha provocado una reducción de caudales, una disminución aún más notable de sedimentos en movilidad y un aumento de la vegetación en el propio lecho fluvial, y las consecuencias son el estrechamiento y la simplificación del cauce activo y sobre todo la incisión (figura 2), dramática en cada vez más ríos (Ferrer-Boix et al., 2023) y asociada en ocasiones a procesos de subsidencia y descensos notables del nivel freático.

En concreto en España, la destrucción de ríos desde 1950 se ha debido a las siguientes causas principales: a) el abandono rural de las zonas de montaña y el crecimiento urbano y de infraestructuras en otras muchas áreas; b) la proliferación de grandes embalses y grandes áreas de regadío, principales responsables de la drástica reducción de caudales circulantes; c) una política de “correcciones” hidrológico-forestales mediante pinos y presas en todas las cuencas; d) un clima modificado, con temperaturas y evaporación más altas, sequías más largas y menos crecidas formativas; e) la proliferación de malas prácticas locales (canalizaciones, dragados, incluso plantaciones en los propios cauces); f) una nefasta gestión del riesgo de inundación mediante planes de defensa de choque frontal sin adaptación ni imitación al río; y g) la expansión de modas urbanas: parques fluviales, domesticaciones e inversiones urbanísticas “pormishuevistas” (Harley, 2023) de nula integración ambiental. En suma, podría hablarse de una tecnocracia fluvial asociada al desarrollo socioeconómico, con actividades que consumen territorio (espacio fluvial), agua y sedimentos y con exigencias sociales de seguridad frente a inundaciones, estabilidad frente a dinámica y modas y modelos urbanos frente a naturalidad (Ollero, 2023).

El reto de restaurar ríos

La situación hidromorfológica actual de la mayoría de los tramos fluviales es negativa, como consecuencia de lo señalado en el apartado anterior. La restauración fluvial se convierte así en una necesidad y en un gran reto del siglo XXI. Es incluso una obligación moral tras los destrozos ejecutados en el Antropoceno y es imprescindible para nuestra supervivencia como especie. Por tanto, el objetivo de la restauración fluvial es sencillamente que los ríos puedan volver a ser ríos, dinámicos, cambiantes, con un espacio suficiente para que recuperen su libertad. Los ríos fluyendo libres nos daban más y mejores alimentos, un aire más sano, beneficios bioclimáticos, conexión con el agua subterránea, temperatura más baja y menos evaporación, más complejidad geomorfológica, nuevos hábitats, más biodiversidad, acumulación y fijación de carbono, menos contaminantes, menos especies invasoras, más playas y más biodiversidad marina. En suma, nos ofrecían servicios ecosistémicos y ambientales, es decir, salud para el planeta, para nuestra especie y para cada persona.

La complejidad y la dinámica hidrogeomorfológica son la base de la resiliencia, de la biodiversidad y de la salud fluvial. La conservación y la restauración de ríos deberían ser fundamentalmente geomorfológicas. Nuestros ríos solo estarán bien cuando se respeten y protejan sus crecidas y su geomorfología. Restauración fluvial es recuperar los procesos naturales del río restableciendo su estructura, sus funciones, su territorio, su dinámica y, con ello, su resiliencia, a partir de la eliminación de los impactos y a lo largo de un proceso en el que trabaja el río, con sus crecidas, hasta alcanzar un funcionamiento natural y autosostenible (Ollero, 2015). Es por tanto una restauración fundamentalmente hidromorfológica y pasiva, y nos permite recuperar naturalidad, dinámica, conectividades, espacio, heterogeneidad, diversidad, funcionalidad, y también mitigación de riesgos, y con todo ello educación fluvial y salud ambiental.

Las líneas de trabajo de la restauración fluvial son o deberían ser las siguientes:

  • Recuperar caudales naturales y crecidas geomórficas.
  • Recuperar sedimentos movilizables, tanto líticos como leñosos.
  • Reducir presiones e impactos en toda la cuenca y ordenar usos del territorio.
  • Eliminar barreras y obstáculos en los cauces, o en su defecto facilitar pasos para sedimentos y seres vivos.
  • Prohibir dragados, extracciones, plantaciones y cualquier otra alteración de la geomorfología de fondo del cauce.
  • Dar más espacio al río (territorio fluvial).
  • Desencauzar, descanalizar y permitir la erosión, las dinámicas y conectividades.
  • Eliminar especies invasoras.
  • Denunciar y prohibir malas prácticas habituales, como las “obras de emergencia” y las falsas restauraciones.
  • Educar, concienciar en lo fluvial y en los riesgos.
  • Proteger y conservar ríos porque son ríos (crecidas, sedimento, procesos, formas).
  • Promover una gestión adaptativa e integrada de los recursos, de los riesgos y del territorio.
  • No hacer nada (solo seguimiento científico), dejar trabajar al río, dejar al río en paz.

En todo ello se está empezando y se avanza lentamente; destaca el derribo de presas (figura 3) y obstáculos como la acción más realizada en Europa, así como la devolución de espacio al río (figura 4) y algunas recuperaciones de conectividades. También se trabaja en la eliminación de especies exóticas como la caña (Arundo donax) en el ámbito mediterráneo.

Es muy importante asociar la restauración fluvial a la gestión de riesgos. Por un lado, porque la restauración es realmente útil para reducir el riesgo. Por otro lado, porque puede fomentarse y venderse mejor con ese objetivo. En este sentido, es necesaria y urgente una nueva gestión de los riesgos asociados a los sistemas fluviales, como la inundabilidad o la erosión. Esa nueva gestión debe tener el objetivo de conseguir resiliencia territorial en un contexto de emergencia climática y fluvial. Y para lograr ese objetivo, la gestión debe apoyarse en cuatro grandes bases: a) la conservación de la naturaleza de los procesos, es decir, el respeto y la necesidad de que haya crecidas, inundaciones y erosión; b) la adaptación humana como criterio fundamental asociado a la ordenación del territorio; c) la restauración fluvial hidromorfológica y adaptativa como gran herramienta de gestión; d) la educación ambiental como recurso fundamental de concienciación social sobre el valor y la necesidad de las crecidas, de la erosión, de la inundación, del sedimento, en suma, del río como sistema hidromorfológico.

Pero en la situación actual, dominada por el capitalismo y el neoliberalismo, la auténtica restauración fluvial es muy difícil, por eso hablamos de un gran reto. Porque el respeto al funcionamiento del río y a su trabajo es todavía una quimera. Porque el motor hidromorfológico tiene que encontrarse en buen estado, lo cual es imposible con tantas presiones e impactos. Porque la restauración tiene que integrarse con la gestión de riesgos y en la ordenación del territorio, que deben adaptarse al río, lo cual está aún lejos de poder hacerse. Porque la sociedad en su conjunto debe entender y respetar que el río es un bien común que debe fluir en libertad y que las crecidas son necesarias, frente a tantas inercias y falsos mitos que hacen de esta necesidad otra quimera. Y, en suma, porque habrá que cambiar el modelo y decrecer, sin codicia y reduciendo el consumo (no va a quedar otra para afrontar la crisis climática y ambiental), pero estamos muy lejos de poder hacer esto realidad.

Conclusión

Restaurar es recuperar ríos libres que desarrollen su motor, las crecidas, y sus funciones hidromorfológicas para así darnos salud global. Para ello es imprescindible un cambio de mentalidad y educar a todas las sociedades para cambiar la gestión hacia la adaptación, la salud y el decrecimiento. El gran reto de la restauración fluvial será la herramienta clave para conseguir esos objetivos y lograr la resiliencia de los ríos, del territorio y de las personas.

Referencias

Bauman, Z. (2000). Liquid modernity. Cambridge: Polity Press.

Ferrer-Boix, C., et al. (2023). Massive incision and outcropping of bedrock in a former braided river attributed to mining and training. Geomorphology 436.

García, J. H., et al. (2021). Promoting fluvial geomorphology to “live with rivers” in the Anthropocene era. Geomorphology 380.

Harley, E. (2023). Pormishuevismo: un movimiento artístico. Barcelona: Blackie Books.

Lane, E. W. (1955). The importance of fluvial morphology in hydraulic engineering. Proceedings of the American Society of Civil Engineers 81: 1-17.

Ollero, A. (2017). Hidrogeomorfología y geodiversidad: el patrimonio fluvial. Centro de Documentación del Agua y del Medio Ambiente, Ayuntamiento de Zaragoza.

Ollero, A. (2023). Los paisajes fluviales peninsulares en un contexto de cambio hidroclimático ambiental: los retos de la gestión de riesgos y de la restauración. En: Zaragoza, M. F. (Coord.) El Bajo Segura como enclave hidrológico: territorio, economía y paisaje: 287-318. Valencia: Tirant.

Ollero, A., et al. (2007). Un índice hidrogeomorfológico (IHG) para la evaluación del estado ecológico de sistemas fluviales. Geographicalia 52: 113-141.

Ollero, A., et al. (2021). Updated knowledge on floods and risk management in the Middle Ebro River: the “Anthropocene” context and river resilience. Cuadernos de Investigación Geográfica 47: 73-94.

Piégay, H., et al. (2009). Census and typology of braided rivers in the French Alps. Aquatic Sciences 71: 371-388.

Rinaldi, M., et al. (2013). A method for the assessment and analysis of the hydromorphological condition of Italian streams: The Morphological Quality Index (MQI). Geomorphology 180-181: 96-108.

Scott, D. N., et al. (2022). Geomorphic heterogeneity as a framework for assessing river corridor processes and characteristics. River Research and Applications 10(38): 1893-1901.

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