Rodrigo Murillo-Fernández. Subgerente de Seguridad de Presas, Subdirección General Técnica, Comisión Nacional del Agua.
En el México precolombino, particularmente la cultura azteca construyó importantes obras hidráulicas tales como acueductos, sistemas de drenaje y diques. La tradición en la construcción de esta infraestructura continuó en la época colonial, de los siglos XVI al XVIII, y durante el México independiente con técnicas europeas, para seguir posteriormente en el siglo XX con la influencia estadounidense. En nuestros días, los conocimientos y tecnologías son de dominio global.
En la parte central de México se desarrollaron en el pasado diversas civilizaciones, entre las cuales destacó la azteca, que logró dominar el medio ambiente del Valle de México con grandes lagos someros y suelos muy deformables, sobre los cuales construyeron pirámides y otras edificaciones y establecieron sistemas de abastecimiento de agua mediante acueductos, canales y diques. Emplearon el reforzamiento de suelos por medio del hincado de troncos bajo sus estructuras más pesadas para aumentar la capacidad de carga y reducir los asentamientos de las arcillas.
En materia de estructuras hidráulicas, construyeron diques de baja altura y gran longitud para separar las aguas dulces del antiguo lago en la gran Tenochtitlan respecto de las aguas saladas del Lago de Texcoco, además de que funcionaban como protección contra inundaciones por el aumento de los niveles de los lagos durante temporadas de mucha lluvia. El dique llamado “albarradón de los indios” por los colonizadores fue construido con los materiales locales, es decir, con arcillas de alta compresibilidad (CH), muy blandas y erosionables, y era reconstruido con frecuencia. La construcción esencialmente se realizó con métodos basados en prueba y error. Su longitud fue de aproximadamente 20 km, con alturas de entre 1 y 2 m; para mejorar su durabilidad fue reforzado con ramas de la región.
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